lunes, 16 de mayo de 2011

JUGANDO A DIOS por Alonso Núñez del Prado S.

   Las dictaduras, que hoy son más sofisticadas y ya no tan brutales y burdas como las de antes, suelen llegar a ese momento en que se sienten con capacidades divinas. Ocurre cuando se perfeccionan y empiezan a controlar diversos campos con relativo éxito; cuando pueden desacreditar, chantajear o “comprar” a los opositores, controlar los medios y los demás poderes del Estado; cuando pueden crear cortinas de humo y entretener al público con “circos” y cosas similares. Entonces, los dictadores, en los casos personalizados o las dictaduras en los institucionales, empiezan a “jugar a Dios”. De lo que usualmente no se dan cuenta es que el papel les queda muy grande y siempre aparecen hechos y cosas que se les escapan y que en su afán de controlarlas, como a lo demás, resultan cometiendo errores que tarde o temprano las llevan a su fin. El problema es que ese proceso es muy costoso para el país y para sus ciudadanos, quienes pagan las culpas de no haber reaccionado a tiempo o no haberse dado (o querido dar) cuenta de lo que ocurría tras bambalinas o peor  aún, haber apoyado voluntariamente siendo partícipes del proceso.
   Desafortunadamente, a golpes se aprende y hasta que no nos pasa las personas nos hacemos los de la vista gorda o nos quedamos paralizados sin saber que hacer, porque “ellos tienen las armas” y no tiene sentido hacerse matar. Pero el origen está en que recién reaccionamos cuando los abusos de la dictadura empiezan a ser evidentes o cuando nos tocan en lo personal o familiar, repitiendo que el famoso poema atribuido a Brecht es siempre verdadero.
   Los países, las sociedades civiles, son también como las personas y viven procesos de maduración. También como ellas aprenden más rápida o lentamente. Por desgracia, no todos terminan por aprender y hay personas que se van a la tumba llenas de rencores y frustraciones, seguras de que han sido los demás o las circunstancias las que los llevaron por ese camino. Si algo similar puede ocurrir con los pueblos, no me queda muy claro, pero si tengo la sensación que hay algunos que en su historia van dando tumbos de dictadura en dictadura con pequeños intervalos democráticos, que por lo mismo terminan en fracasos y reclamos de nuevos gobiernos fuertes que reiteradamente terminan mal.
   Las verdaderas democracias —si es que existen— son producto de muchos años de maduración y sinsabores. Nos lo dice la historia de los países de Europa occidental. El caso de los Estados Unidos es muy especial, ya que allí casi se podría hablar de un transplante de cultura, posteriormente enriquecida con el aporte de otros inmigrantes.
   Para vivir en democracia, entre otros requisitos, se necesita que cada una de las personas que la integra o por lo menos la mayoría, exija procedimientos democráticos al gobierno que ha elegido; que se sienta con derecho —como ocurre en otras partes— a escribir al congresista por el que votó exigiéndole que cumpla con sus promesas electorales y el primero se vea obligado a responderle. En resumidas cuentas, la democracia es de todos los días, no sólo de cuando se producen elecciones o de reclamar cuando es pisoteada, aunque ambas son parte de ella, ya que a esas alturas la dictadura tiene mucho camino recorrido y difícilmente cederá, porque además tiene mucho que ocultar. 
   Necesitamos construir una cultura democrática en la que la mayor parte de la población la practique en su vida privada y en el entorno en que se desenvuelve. No podemos esperar a que esto ocurra para practicarlo. Tenemos que empezar ya, recordando que como nos ha enseñado la historia, los cambios no se producen de arriba hacia abajo, sino a la inversa. Los gobiernos no se van convertir, tenemos que hacerlos democráticos. 
San Isidro, 31 de Julio del 2000
Publicado en el diario El Comercio (Editorial), Pág. a13 el martes 15 de agosto de 2000 bajo el título Cómo lograr la madurez democrática

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