lunes, 16 de mayo de 2011

EL ALTAZOR DE HUIDOBRO Y EL VANGUARDISMO por Alonso Núñez del Prado S.

   Desde El Espejo en el Agua (1916) el poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948) postulaba que “El vigor verdadero/ Reside en la cabeza”. Un cuarto de siglo después insiste diciéndonos en Ver y palpar (1941): “Vivid, vivid/ En vuestra cabeza”, mostrándose así partidario de la poesía como arte cerebral. Hacía así eco a aquellos versos de Juan Ramón Jiménez que a la letra dicen: “Y la poesía se quitó todos esos ropajes y se quedó desnuda”; lo que según uno de sus artículos de 1926, no compartía nuestro César Vallejo, quien más bien apostaba por la sensibilidad. Habría que completar la idea, citando al crítico Guillermo Sucre quien afirma que: “La inteligencia poética en Huidobro se identifica con la imaginación” y ésta arrasa con la sensibilidad, absorbiéndola, descartando —por lo menos en apariencia— la emoción.

   Los versos del poeta chileno “¿Por qué cantáis a la rosa, poetas?/ Hacedla florecer en la poesía” (que dicen fueron signados por el irónico comentario: “Tú cantas a la lluvia, mientras yo hago llover”, que le hiciera en su juventud un brujo indio) y que nos recuerdan la frase Borges “el poema no hablaba de la batalla, era la batalla”; nos muestran cómo entendía Huidobro su “creacionismo”: el poeta era una especie de dios que creaba en su poesía. Al mismo tiempo, criticó otras propuestas de la vanguardia, como la del surrealismo que —en su opinión— hacía un fetiche del inconsciente, olvidando que a los poemas hay que corregirlos y trabajarlos. Recordemos también en este sentido sus críticas al futurismo, por considerarlo superficial y simple, y —en Non serviam, su manifiesto de 1914 a la poética aristotélica, porque limita el arte a la mimesis.

   Adentrándonos ya en Altazor mismo, diremos que es clave recordar el contexto histórico-cultural de la primera post-guerra. Todo había sido triturado, incluido el poeta. Eso explica el desdoblamiento: “Soy yo Altazor el doble de mi mismo”. En una especie de esquizofrenia, en el poema, un “yo” innominado casi dialoga con un “tú”, que a su vez, por momentos, se convierte en “yo” (una especie de Altazor y yo). Aparece también una autocrítica a lo que el poeta había sido hasta entonces; y aquí es necesario rescatar la lectura de López Adorno contra la de René de Costa y el ya citado Guillermo Sucre, quienes leen Altazor como un fracaso, olvidando al pájaro tralalí, símbolo de renacimiento.

   Para comprender mejor a Huidobro, es importante recordar sus palabras: “¿Por qué aludiste al terror de ser?” que aluden a los “poetas con la marca de Caín” de Byron y a un verso similar en “Las Flores del Mal” de Baudelaire; y que el anuncio de Nietzsche de “la muerte de Dios” y su necesidad de reemplazarlo, lo habían marcado profundamente. También debemos tener presente que en su poesía aparece cierta sensación de angustia que sintoniza con el expresionismo y el dadaísmo (“Cómo puedo dormir si dentro de mí hay tierras desconocidas”).
   Huidobro nos propone con la vanguardia: romper con todo. Pintar el caos caóticamente “Canta el caos al caos”. No acepta someterse a la naturaleza. Nos invita a cambiarla: “Embruja el universo con tu voz; aférrate a tu voz”. Nos pide volver al ritmo primero. Ridiculiza que se haya caído en el nihilismo. Condena la angustia expresionista. Quiere volver al silencio (como Rimbaud y Mallarmé). Se anuncia a sí mismo como gran poeta: “Yo poblaré para mil años los sueños de los hombres”. Desconfía de las palabras “pero no temas que mi lenguaje es otro” y anuncia el nacimiento de un árbol, símbolo plurisemántico, que puede entenderse de diversas maneras. Casi al gusto del lector.
   Con versos clásicos (pareados con asonancia), en el Canto III, nos propone “romper todas las amarras”, con la lógica... “matemos al poeta que nos tiene saturados”, pero salvemos al mago (nuevo poeta creador). Critica la “poesía pura” de Juan Ramón Jiménez y al ultraísmo de consumo; y en consecuencia se autocrítica. Quiere resucitar la lengua y ordena al lenguaje —como Cristo a Lázaro— “levántate y anda” y desde esta perspectiva critica —como ya dijimos— al futurismo y sostiene que se trata de jugar al fútbol con las palabras y no de hacer poemas del futbolista.
   “No hay tiempo que perder” —nos dice— cuando pide apoyo para la mujer y el ruiseñor, símbolos de la belleza, el canto y la poesía, de “La eternidad (que) quiere vencer”. Anuncia una ruptura con la gramática, que se hará patente en los cantos finales. Hay que morir para ser habitado por lo que viene: “Aquí yace Vicente, antipoeta y mago”. Juega entre palabras y sonidos, entre eternidad y fin. Cuando “El pájaro tralalí canta en la ramas de mi cerebro”, nos anuncia el advenimiento del futuro del que es profeta.

   Como Dante tiene que descender al infierno antes de entrar al Paraíso. Para Huidobro hay necesidad en la caída. Y el paracaídas del que nos habla se convierte en una especie de globo aerostático (parasubidas). Cumpliendo con la anunciada ruptura con la gramática, trabaja con metátesis fónicas y préstamos morfológicos. Hace una recomposición casi cubista de la imagen. Supera el trabajo del campo léxico y va más allá. Hay en sus versos una tendencia a recrear los recursos empleados en la poesía moderna desde Rimbaud hasta la vanguardia.

 Al final de Altazor hay un canto inesperado. Una reestructuración del lenguaje poético no llevada a cabo antes. Huidobro se siente habitante de una tierra incógnita en la que lidera un renacimiento, una respuesta revitalizante. En este espacio nuevo, nuestro poeta se lanza como el navegante antiguo a la mar. Guiado por la Rosa Orientadora (lenguaje dantesco), quiere llegar haciendo reaparecer así el eterno femenino. Estimulado por su donna angelicata, se siente capaz de llegar al cielo. Trae a colación la imagen del atleta para aludir a la hazaña que pretende realizar en el campo del espíritu. Se auto-define como un faro (que guía). Atleta de lo nuevo. Las cosas salen de su ser y se recomponen. En Altazor se anuncia un nuevo crecimiento, después de la muerte. La poesía de Huidobro no sólo es un juego gramatical, sino una ruptura ‘con-posiciones’ poéticas anteriores. Sus imágenes obligan a romper con lo lógico, lo establecido, relacionándolas al mar en la noche. Lo que parecía la muerte resulta la vida misma. La suya es una lógica nueva regida por una metamorfosis. Molino que todo va a cambiar. Valor poético no en la lista excesiva, sino en la sensación de movimiento. Una imagen de liberación vinculada a la quijotesca. El carácter mutante llega de la gramática a lo fónico y luego hasta la experiencia vital. En Huidobro, hay un paso de la gramática original a lo desgramaticalizado.

Lima, 23 de octubre de 1995


Publicado en el Dominical (Pág. 14) de El Comercio el 17 de junio de 2007.

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