lunes, 16 de mayo de 2011

CADA HOMBRE: OBJETO Y FIN DE LA POLÍTICA por Alonso Núñez del Prado S.

Todos y cada uno de los miembros de un Estado son la razón de ser de la política del mismo. Esto que parece obvio ha sido y es olvidado por las sociedades contemporáneas una y otra vez.

      La política (del griego politikē) —resumiendo a Aristóteles— es la forma en que nos organizamos los seres humanos, y las relaciones que entre nosotros se generan, para que, viviendo en comunidad, logremos ese telos que fue para él la eudaimonía (virtud, felicidad, prosperidad) y que los cristianos de hoy llamamos “bien común”. En consecuencia, el que exista un gobierno y un sistema —en la mayor parte de los países civilizados de nuestro tiempo: la democracia— es parte de eso que llamamos política.

   Si todo esto es verdad y en la democracia todas las personas son iguales y cada una representa un voto, los gobiernos se deben por igual a sus gobernados, sean estos ancianos, jóvenes o niños, ricos o pobres. Y si bien es cierto el objetivo de todos es buscar el bien común, es necesario recordar que si de seres humanos se trata, debemos privilegiar el presente sobre el futuro. En otras palabras, ningún gobierno tiene derecho a sacrificar a alguno de sus miembros en beneficio de la mayoría, ni tampoco de un futuro mejor. Debo aclarar que cuando digo sacrificar, me refiero a la vida y a las necesidades básicas de la persona. Otros sacrificios, sobre todo si son compartidos entre todos los ciudadanos proporcionalmente, son aceptables y hasta razonables. Creo que planteadas así las cosas, habrá muy pocos que disientan.

   Sin embargo, hemos sido y somos testigos de que con frecuencia en las altas esferas de los gobiernos, se habla de sacrificios —vidas humanas, generaciones, hambre de los pobres, mortalidad infantil, etc.— necesarios para que la economía resurja o para que próximas generaciones la pasen mejor; olvidándose que ya Kant y los humanistas afirmaron que “los seres humanos son fines en sí mismos y dignos de un respeto incondicional, y por tal, no pueden ser medios o instrumentos subordinados a un propósito más alto”, que —como decía Rousseau— “lo que es malo en moral es también malo en política”, que “la sociedad existe para el beneficio de sus componentes; no sus componentes para el beneficio de la sociedad” (H. Spencer), que “todo gobierno tiene por único objeto el bien de los gobernados” (San Agustín de Hipona), que “un Gobierno es bueno cuando hace felices a los gobernados...” (Confucio), y que “la sociedad perfecta es aquella donde encuentran todos justicia, trabajo y comodidades” (Aristóteles).

   Siguiendo la pragmática doctrina de Macchiavello —que por desgracia ha dejado profunda secuela en la política— el argumento más usado para defender estos “sacrificios necesarios” es que no hay otra alternativa, pero casi siempre existe, lo que pasa es que más difícil y complicada su implementación. En nombre de transitar por los caminos más cortos o de hacer las cosas de la forma más simple, no podemos justificar lo que en el fondo son asesinatos masivos, es decir genocidios; como lo atestiguan los sobrevivientes del holocausto judío y otros similares que ha vivido la humanidad.

   Ejemplos sobran. En nuestro país la receta económica empleada en la última década, ha causado —y continua haciéndolo— una gran mortalidad infantil, además del hambre y miseria de las clases más necesitadas; y ha sacrificado también a una generación de jubilados, quienes tienen hoy que vivir de sueldos miserables, cuando aportaron muchos años para poder pasar su vejez decentemente. Tampoco podemos olvidar a las víctimas de la lucha contra el terrorismo. Miles de inocentes muertos en nombre de la frasecita esa que dice que “justos pagan por pecadores” o de la otra “el fin justifica los medios”.

   Mas esto no ha ocurrido sólo aquí, también en Chile y no podemos olvidar las matanzas en Uruguay y Argentina y que en nombre de esta lógica se perpetraron las masacres del nazismo y del stalinismo. En todos estos casos parece haber un denominador común: la dictadura.

   Pero desafortunadamente también se da en algunas democracias. Hace algún tiempo me contaban que en Alemania —a raíz de la caída del muro— un líder empresarial declaró a nombre de su gremio, que era necesario cerrar la mayor parte de empresas de la zona oriental por estar obsoletas, aún cuando esto implicaba sacrificar a una generación de jóvenes, ya que era necesario para el resurgimiento de la economía más adelante.

   Finalmente, creo que es oportuno recordar que el padre del neoliberalismo filosófico, John Rawls al plantear su Teoría de la Justicia afirmó: si dando un paso atrás nos tuviéramos que poner de acuerdo en algunas reglas de convivencia, sin saber cada uno que lugar le tocaría ocupar en la sociedad, nadie aceptaría que se sacrificaran seres humanos, porque quien lo hiciera podría estar dictando su propia condena de muerte.


Santa Eulalia, 20 de abril del 2000 

Publicado en el diario El Comercio (Editorial),  Pág. a19, el Jueves 5 de Abril de 2001

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