lunes, 16 de mayo de 2011

¿POR QUÉ? por Alonso Núñez del Prado S.

   Es siempre útil preguntarse por las causas, para buscar remedio a éstas y no tratar de curar las consecuencias que siempre continuarán aflorando si las primeras permanecen.
   Por eso es útil preguntarnos: ¿Por qué ha pasado y está pasando lo que vivimos hoy en el Perú? ¿Por qué es que nuestra historia está plagada de golpes militares, gobiernos dictatoriales, interrumpidos por breves y débiles períodos democráticos, que terminan en nuevas dictaduras? ¿Es simplemente porque tenemos mala suerte o porque en algún momento “se jodió el Perú”, como supone la pregunta del Zavalita de Vargas Llosa en Conversación en la Catedral?
   La única respuesta que encuentro válida en medio de este pandemonium, es que todos somos responsables —salvo unos pocos venerables casos— y muy especialmente la clase dirigente. Esta última década —que es la repetición de situaciones similares en la historia de nuestro país— es producto de esa permisividad moral de toda la sociedad peruana, que supone que los gobernantes pueden romper con todos los códigos éticos. Robar, porque siempre han robado; asesinar y hacer pagar a justos por pecadores,  porque no hay otra manera de gobernar; arrimarse a quien tiene el poder, porque así se hacen buenos negocios; o simplemente “no metiéndose en política” —sin percatarse que esa es una manera de hacerlo— porque es demasiado sucia.
   La corrupción que el famoso video nos ha traído a ojos vista, la conocíamos todos. Algunos se aprovechaban de ella, otros cerraban los ojos y no querían verla, también había quienes, si no la justificaban, la encontraban explicable; y por último los que estando convencidos de su existencia hicimos muy poco o nada para que acabara. Las explicaciones las encontramos en todas las formas y tonos, permanentemente; por algo con verdad se dice que una de las mayores capacidades del hombre es la de auto justificación; pero no se trata de encontrar culpables —al final casi todos lo somos— sino de buscar soluciones y no a la crisis a la que hoy nos enfrentamos, que sin duda la necesita, sino de lo que originó y fue causa de ésta, como de muchas otras en la historia del Perú.
   La única manera en que una crisis como ésta es imposible es mediante el actuar diario de todos nosotros. No podemos permitir que nos atropellen o lo hagan con terceros, ni que las autoridades se llenen los bolsillos aprovechando de su gestión, ni que nos mientan, silencien, chantajeen o manipulen psicosocialmente. También es necesario que nosotros no lo hagamos y que en general nuestro proceder concuerde con lo que predicamos. Nadie cuando es gobernante procede éticamente, si no lo ha hecho siempre, como tampoco es democrático, si en su casa y empresa es un autócrata Desafortunadamente, la corrupción se ha extendido. Cuando los líderes dan el ejemplo el resto de gente tiende a seguirlos. Son pocos los capaces de escapar a la peste.
   Como siempre las recetas son más fáciles de escribir que de practicar y probablemente nunca podrán llevarse a cabo totalmente, pero por algo se empieza. Si cada uno de nosotros o la mayoría es capaz de no permitir que sus derechos sean violados; de ser solidario con terceros de los que personas inescrupulosas pretenden aprovecharse; de acusar  y reclamar cuando se dispone de los fondos públicos para fines particulares; de salir a las calles cuando la constitución y las leyes son violadas. Si aprendemos a no temer a las armas, porque son simples cacharros incapaces de matar a la verdad; si sabemos que no estamos solos y que el resto de la sociedad nos apoya; si por fin aprendemos que a los que gobiernan los hemos elegido y se deben nosotros y que el dinero que manejan es nuestro y no pueden disponer libremente de él... Entonces, no habrá dictadores, ni dictaduras, ni violaciones de la Constitución y los derechos humanos, ni funcionarios corruptos, ni sobornos, ni chantajes. No serán posibles las peripecias que hoy vivimos y el Perú será grande.
San Isidro, 3 de Octubre del 2000
Publicado en el diario El Comercio (Editorial), Pág. a17 el Martes 5 de Diciembre del 2000

CADA HOMBRE: OBJETO Y FIN DE LA POLÍTICA por Alonso Núñez del Prado S.

Todos y cada uno de los miembros de un Estado son la razón de ser de la política del mismo. Esto que parece obvio ha sido y es olvidado por las sociedades contemporáneas una y otra vez.

      La política (del griego politikē) —resumiendo a Aristóteles— es la forma en que nos organizamos los seres humanos, y las relaciones que entre nosotros se generan, para que, viviendo en comunidad, logremos ese telos que fue para él la eudaimonía (virtud, felicidad, prosperidad) y que los cristianos de hoy llamamos “bien común”. En consecuencia, el que exista un gobierno y un sistema —en la mayor parte de los países civilizados de nuestro tiempo: la democracia— es parte de eso que llamamos política.

   Si todo esto es verdad y en la democracia todas las personas son iguales y cada una representa un voto, los gobiernos se deben por igual a sus gobernados, sean estos ancianos, jóvenes o niños, ricos o pobres. Y si bien es cierto el objetivo de todos es buscar el bien común, es necesario recordar que si de seres humanos se trata, debemos privilegiar el presente sobre el futuro. En otras palabras, ningún gobierno tiene derecho a sacrificar a alguno de sus miembros en beneficio de la mayoría, ni tampoco de un futuro mejor. Debo aclarar que cuando digo sacrificar, me refiero a la vida y a las necesidades básicas de la persona. Otros sacrificios, sobre todo si son compartidos entre todos los ciudadanos proporcionalmente, son aceptables y hasta razonables. Creo que planteadas así las cosas, habrá muy pocos que disientan.

   Sin embargo, hemos sido y somos testigos de que con frecuencia en las altas esferas de los gobiernos, se habla de sacrificios —vidas humanas, generaciones, hambre de los pobres, mortalidad infantil, etc.— necesarios para que la economía resurja o para que próximas generaciones la pasen mejor; olvidándose que ya Kant y los humanistas afirmaron que “los seres humanos son fines en sí mismos y dignos de un respeto incondicional, y por tal, no pueden ser medios o instrumentos subordinados a un propósito más alto”, que —como decía Rousseau— “lo que es malo en moral es también malo en política”, que “la sociedad existe para el beneficio de sus componentes; no sus componentes para el beneficio de la sociedad” (H. Spencer), que “todo gobierno tiene por único objeto el bien de los gobernados” (San Agustín de Hipona), que “un Gobierno es bueno cuando hace felices a los gobernados...” (Confucio), y que “la sociedad perfecta es aquella donde encuentran todos justicia, trabajo y comodidades” (Aristóteles).

   Siguiendo la pragmática doctrina de Macchiavello —que por desgracia ha dejado profunda secuela en la política— el argumento más usado para defender estos “sacrificios necesarios” es que no hay otra alternativa, pero casi siempre existe, lo que pasa es que más difícil y complicada su implementación. En nombre de transitar por los caminos más cortos o de hacer las cosas de la forma más simple, no podemos justificar lo que en el fondo son asesinatos masivos, es decir genocidios; como lo atestiguan los sobrevivientes del holocausto judío y otros similares que ha vivido la humanidad.

   Ejemplos sobran. En nuestro país la receta económica empleada en la última década, ha causado —y continua haciéndolo— una gran mortalidad infantil, además del hambre y miseria de las clases más necesitadas; y ha sacrificado también a una generación de jubilados, quienes tienen hoy que vivir de sueldos miserables, cuando aportaron muchos años para poder pasar su vejez decentemente. Tampoco podemos olvidar a las víctimas de la lucha contra el terrorismo. Miles de inocentes muertos en nombre de la frasecita esa que dice que “justos pagan por pecadores” o de la otra “el fin justifica los medios”.

   Mas esto no ha ocurrido sólo aquí, también en Chile y no podemos olvidar las matanzas en Uruguay y Argentina y que en nombre de esta lógica se perpetraron las masacres del nazismo y del stalinismo. En todos estos casos parece haber un denominador común: la dictadura.

   Pero desafortunadamente también se da en algunas democracias. Hace algún tiempo me contaban que en Alemania —a raíz de la caída del muro— un líder empresarial declaró a nombre de su gremio, que era necesario cerrar la mayor parte de empresas de la zona oriental por estar obsoletas, aún cuando esto implicaba sacrificar a una generación de jóvenes, ya que era necesario para el resurgimiento de la economía más adelante.

   Finalmente, creo que es oportuno recordar que el padre del neoliberalismo filosófico, John Rawls al plantear su Teoría de la Justicia afirmó: si dando un paso atrás nos tuviéramos que poner de acuerdo en algunas reglas de convivencia, sin saber cada uno que lugar le tocaría ocupar en la sociedad, nadie aceptaría que se sacrificaran seres humanos, porque quien lo hiciera podría estar dictando su propia condena de muerte.


Santa Eulalia, 20 de abril del 2000 

Publicado en el diario El Comercio (Editorial),  Pág. a19, el Jueves 5 de Abril de 2001

ATRIBUTOS ADICIONALES por Alonso Núñez del Prado S.

   Haciendo eco a toda esta moda neoliberal que vitorean  empresarios y gerentes, se ha sostenido que hay una equivalencia entre gobernar y “gerenciar”. Se supone desde esta perspectiva —contra lo que pensaba nada menos que Aristóteles— que un buen gerente será un buen ministro y hasta un buen Presidente.

   Si buscamos en los libros de administración, encontraremos que entre los principales atributos del manager —mal traducido por gerente— están la capacidad de liderazgo y el de administrar gente y recursos, todos necesarios para ser un buen gobernante: pero hay otros que no son indispensables en el primero y sí en el último. Para empezar, el origen mismo es diferente: el gerente es elegido por el directorio o los accionistas, mientras al gobernante —por lo menos en un régimen democrático— lo eligen sus gobernados. Los países subsisten siglos, las empresas —con suerte— décadas. Un buen gobernante debe lograr la aceptación de la mayoría y por lo tanto su visión de largo plazo no puede olvidar el presente.

   Analicemos un poco esto último. Un gerente en determinadas circunstancias, despedirá parte del personal o lo “sacrificará”, porque la situación así lo exige. Su objetivo principal —y por el que usualmente se le calificará— es obtener resultados, entendidos como utilidades para la empresa. En otras palabras, los accionistas son más importantes que los trabajadores. Por el contrario y contra lo que opina Macchiavelo, un buen gobernante —aunque en el mundo de hoy con frecuencia se olvide— no tiene derecho a sacrificar ni a uno solo de sus gobernados. Recurramos, para hacer esto evidente, a uno de los gurús del liberalismo, el filósofo norteamericano John Rawls, profesor de la Universidad de Harvard.

                  Para Rawls "la justicia es la primera virtud de las institu­ciones sociales"  y en consecuencia no importa si las leyes o las instituciones son eficientes cuando éstas son injustas. Siguiendo a Kant sostiene que cada persona tiene una inviolabi­lidad fundada en la  justicia, que incluso el bienestar de la sociedad no puede atropellar, lo que con seguridad sería también firmado por cualquiera que se quiera llamar cristiano.  En consecuencia, los derechos asegurados por la justicia no están sujetos a regateos políti­cos, ni al cálculo de intereses sociales.  La  verdad y la justicia, como las primeras virtudes de la activi­dad humana, no están sujetas a transacciones. Pero en el Perú decir la verdad es un error político y mentir está  justificado en todos los niveles.
              
     Rawls asume, siguiendo la teoría del contrato social de Rousseau,  que la sociedad  es una  especie de asociación, con ciertas reglas para que los miembros puedan obtener ventajas mutuas y en conse­cuencia se caracteriza, tanto por un conflicto como por una  identidad de intereses. Esto hace necesarios un c­o­n­j­u­nto de pri­n­c­i­p­ios en base  a los cuales la  distribución de beneficios y cargas sea equitativa y correcta. Una sociedad está bien ordenada  no sólo cuando está diseñada para promover el bien de sus miembros, sino cuando está efectiva­mente regulada por un concepto de justi­cia, es decir que se trata de una sociedad en la que: "1) cada cual acepta y sabe que los otros aceptan los mismos principios de justicia, y 2) las instituciones sociales básicas satisfacen generalmen­te estos principios y se sabe generalmente que lo hacen".  El deseo que tienen todos de justicia limita la persecución de otros fines. Difícilmente, podríamos encontrar descripción más lejana a lo que pasa en nuestro Perú.

   En la justicia como imparcialidad —noción primordial en Rawls— la posición original corresponde al  estado  de naturaleza  de las teorías tradicionales. Obviamente, la posición original es puramente hipotética y es concebida con la única intención de facilitar la elaboración de la concepción de justicia. Rawls caracteriza esta situa­ción hasta llevarla a que los principios de la justicia se esconden "tras un velo de ignoran­cia", siguiendo la imagen ciega que de la justicia tenían los romanos. Esto significa que hipotéticamente nadie conoce su situación en la sociedad (posición, status, etc.), ni sus cuali­dades naturales, ni s­i­q­u­i­era su concepción acerca del bien.
                    
   Uno de los rasgos de la justicia como imparcialidad es el de asumir que los miembros del grupo en la situación inicial son racionales y mutuamente desinteresados.  Al elaborar su teoría, Rawls, se pregunta qué principios de justicia serían escogidos en la  posición original y si el de utilidad estaría comprendido dentro de ellos y la respues­ta de nuestro filósofo es negativa, porque nadie pondría en juego su propio futuro en aras de la utilidad del grupo. Y de esa manera arremete contra el utilitarismo que en el mundo de hoy y especialmente en nuestra patria ha servido de justificación para sacrificar inclusive a los seres humanos.

   Regresando al tema que originalmente nos ocupa, después de este breve comentario sobre el filósofo de Harvard, no nos queda más que reiterar que “gerenciar” no es lo mismo que gobernar; sino que lo segundo subsume a lo primero. Un buen gobernante debe ser un buen gerente, pero un buen gerente no necesariamente será un buen gobernante. Gobernar es harto más complicado, y no sólo porque un país es más grande que una empresa. En una democracia se elige al gobernante y éste debe, idealmente, cumplir su función en beneficio de todos, cada uno de los cuales tiene además derecho a reclamarle, y aquél nunca puede —éticamente hablando— sacrificar a nadie, porque, por extensión a lo antes expuesto, permitiría —si no hubiera sido elegido— que lo sacrificaran  a él, y nadie en su sano juicio lo haría. Sólo Cristo lo hizo en beneficio de todos y quizá algún héroe en aras de un futuro más próspero. Si un gobernante exige sacrificios debe exigírselos a todos, dando él el ejemplo.

    Claro, me dirán: eso es válido en el plano teórico, pero al descender al práctico resulta poco menos que imposible. Y es cierto, el paso de la teoría a la práctica siempre ha sido motivo de distorsiones, pero también es verdad que desde la primera se ha ido corrigiendo la segunda, haciéndola más llevadera, con los vaivenes, avances y retrocesos que todos tenemos que reconocer. El otro camino hubiera sido el de someternos a la barbarie, a la imposición del más fuerte, a la esclavitud, al abuso y a todas esas miserias que la historia nos muestra con pesar y de muchas de las cuales no nos hemos librado todavía. El camino a que nos llevaría olvidarnos de las utopías, sólo podría terminar en la destrucción, posibilidad que por desgracia aún la humanidad no ha eliminado. Con Óscar Wilde digo: “Un mapa del mundo que no incluya la utopía no merece ni que se le eche ni un fugaz vistazo, pues excluye el único lugar al que siempre ha aspirado la humanidad.” 

Sin embargo, en el plano más práctico, mi experiencia me obliga a rescatar muchas de las virtudes de un buen gerente para el ejercicio de las funciones públicas —incluida la de gobernar o ser Presidente— ya que he tenido que sufrir a muchos burócratas de los más altos niveles, quienes son incapaces de trabajar con objetivos, no sólo a largo plazo, sino incluso al más cercano. Son gente embarullada en la inmediatez y en la que lo importante ha cedido el lugar a lo “urgente”, si puede llamársele así. Buena parte de la responsabilidad la tiene el sistema semi-colonial en el que vivimos, que permite que tradicionalmente los altos rangos estén rodeados de aquella raza de gente que viven medrando alrededor de los burócratas de turno.

Finalmente, algunas críticas hechas a la primera versión publicada (recortada) de este artículo, me hacen reconocer que el gerente ideal —aquél que entre otras  virtudes considera hasta al menos importante de sus obreros, como un fin en sí mismo— sería sin duda un gran gobernante.

   Lima, septiembre de 1999  
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* “gerenciar” no es un verbo aceptado aún por la Real Academia de la Lengua, pero designa una función muy clara, que en nuestro lenguaje coloquial no es equivalente a administrar, que sería el verbo a usar.

Publicado en el diario El Comercio (Opinión), Pág. a18, bajo el título ¿Debe un gobernante ser también un gerente?,  el Viernes 01 de junio de 2001

PANORAMA COMPLICADO por Alonso Núñez del Prado S.

   El sábado por la mañana (antesdeayer) escribía yo un artículo titulado Signos de debilidad comentando el video que mostraba a Montesinos sobornando a Kouri y trataba de ver en él un elemento más —ciertamente grave— que se iba sumando a los anteriores y que como lo dije en un comentario anterior, terminaría con la dictadura. No me imaginaba que sería la gota que rebalsa el vaso y en realidad, por los antecedentes, no tenía por qué serlo.
   La desvergüenza y desfachatez con que desde las filas gubernamentales se había defendido lo indefendible, hacía temer que se continuara por ese camino. Sin embargo, sale Fujimori a la televisión y en un impromptu renuncia a todo por lo que había luchado en últimos tiempos, incluyendo todo el armado tinglado electoral. ¿Qué hay detrás de todo esto? Difícil decirlo, pero ya se han hecho varias lecturas desde la diversas tiendas políticas. Hay dos que me resultan más digeribles. Fujimori harto, patea el tablero, porque Montesinos no acepta renunciar y no tiene como obligarlo y la segunda —más probable a mis ojos— es que el Presidente haya jugado su única carta, enterado de la posibilidad de un Golpe de Estado, por sus discrepancias con el Asesor en dos temas recientes y muy puntuales: el contrabando de armas y el video del soborno, que venían a sumarse a otras anteriores, que siempre nos hicieron sospechar del grado de “influencia” que tenía el segundo sobre el primero.
   Dentro de este panorama hay una medida —la desactivación del SIN— que si bien tiene sentido dentro de todo el contexto, tiene un ángulo que, hasta donde estoy enterado, nadie ha contemplado. Creo que a la vez que se elimina una fuente de corrupción y chantaje, también desaparecerán todos los archivos que esta institución guardaba y Dios sabe a quien incriminan. Quizá a mucha gente del régimen y no sabemos hasta que niveles. Si se filmó la entrevista con Kouri ¿Cuántas otras se habrán filmado?
   En todo caso, más importante que hacerse esas preguntas, es tratar de buscar dentro de toda esta confusión caminos y soluciones para el país. Como lo reconoce la mayor parte de la gente, el período de transición que se nos viene va a ser muy complicado. A un Presidente que ha anunciado su retiro, se suma la sensación de ilegitimidad que hay del Congreso, con una mayoría lograda debido a los “tránsfugas” y la crisis económica que difícilmente va a tener visos de mejora antes del cambio de mando, ya que los agentes económicos probablemente se retraerán hasta que el futuro se aclare.
   Pero detrás de todo esto tenemos que ser capaces de aprender de las lecciones que nos ha dado esta década. Si bien es cierto se logró asestar duros golpes al terrorismo hasta casi desaparecerlo, detener la inflación y mejorar las cifras macroeconómicas, además de firmar la paz con el Ecuador; también lo es, que se hizo buena parte de esto, violando los derechos humanos, en medio de la impunidad de quienes lo hacían, sacrificando a las clases más necesitadas y gobernando verticalmente, mediante una dictadura que se sintió con capacidades divinas, de tal manera que no reparó en los medios para lograr sus fines.
   Como lo demuestra este caso y otros muchos en la historia, la madurez de un país no se logra de esta manera. Aunque a muchos les suene cursi, es indispensable un comportamiento ético desde el gobierno, que permita a la sociedad civil confiar en sus representantes y, además construir instituciones que sean capaces de desarrollar al país en el largo plazo. También hay que recordar que las reformas no se pueden hacer desde arriba —como lo demuestra el fracaso velazquista— sino desde los cimientos mismos de la patria: sus ciudadanos.
   No me cansaré de repetir lo que ya con frecuencia se ha dicho: necesitamos invertir en salud y en educación. Nadie nos sacará del subdesarrollo si no lo hacemos nosotros mismos. El capital más importante de todo estado es el humano y es el que debemos desarrollar.   
   San Isidro, 18 de Septiembre del 2000  

SIGNOS DE DEBILIDAD por Alonso Núñez del Prado S.

   La presentación del video con la conversación entre Montesinos y Kouri es una muestra más de cómo le es imposible al ser humano, aún con todo el poder y los instrumentos a su disposición, controlar todo. Bastó que algún disconforme pusiera la cinta en poder de Olivera y vemos como los que parecían ser intocables se resquebrajan.
   Ya lo había comentado yo en un artículo anterior. No se puede “jugar a Dios” sin serlo, porque nuestra humanidad aflora en toda su miseria. Este gobierno venía haciendo el papel de todopoderoso, pero siempre se le han escapado cabos, a partir de los cuales nos podemos imaginar lo que ocurre dentro de la madeja. Desde los tiempos de las matanzas de la Cantuta y Barrios Altos, hasta los casos más recientes de las torturas a Leonor La Rosa, la falsificación de firmas para la inscripción de la agrupación gobiernista y el escándalo por las incongruencias en la primera vuelta de las elecciones, ya que el cómputo de la segunda no lo supervisó nadie;  y ahora los sospechados sobornos a los “tránsfugas” que esta grabación ha venido a comprobar, hemos visto como la soberbia de nuestros gobernantes ha ido creciendo hasta niveles inimaginables. Poco a poco se han auto convencido que su capacidad de control y de acallar no tiene límites y que siempre mediante el uso de la psicología social y el control de la mayor parte de medios de comunicación, incluidos los chantajes, las cortinas de humo, el amedrentar y demás métodos vedados, pueden hacer cualquier fechoría sin tener que pagar por ella. Mas, como lo demuestra la historia, la justicia a veces tarda, pero llega.
   Me temo que a pesar de toda la gravedad de lo que la cinta revela, se las arreglarán por el momento para salir del atoro. Probablemente proclamaran públicamente que el caso es de competencia del Poder Judicial —en cuya independencia nadie cree—,  luego nombrarán a un Fiscal Ad-Hoc, que al igual que todos sus predecesores terminará acusando a los denunciantes y tratarán de que el asunto con el tiempo y las cortinas de humo se olvide; pero la verdad es que los derrumbes de las dictaduras como la que vivimos, se produce por acumulación. La podredumbre acaba por aflorar. Estos gobiernos terminan por autodestruirse y creo que a partir de las últimas “elecciones”, hemos entrado en la recta final.
   El gran problema es que todo esto nos involucra a todos y la crisis que ahora vivimos se agudizará y cuando esto se acabe, vamos a tener que reconstruir el Perú.
   Lima, 29 de agosto de 2000    

JUGANDO A DIOS por Alonso Núñez del Prado S.

   Las dictaduras, que hoy son más sofisticadas y ya no tan brutales y burdas como las de antes, suelen llegar a ese momento en que se sienten con capacidades divinas. Ocurre cuando se perfeccionan y empiezan a controlar diversos campos con relativo éxito; cuando pueden desacreditar, chantajear o “comprar” a los opositores, controlar los medios y los demás poderes del Estado; cuando pueden crear cortinas de humo y entretener al público con “circos” y cosas similares. Entonces, los dictadores, en los casos personalizados o las dictaduras en los institucionales, empiezan a “jugar a Dios”. De lo que usualmente no se dan cuenta es que el papel les queda muy grande y siempre aparecen hechos y cosas que se les escapan y que en su afán de controlarlas, como a lo demás, resultan cometiendo errores que tarde o temprano las llevan a su fin. El problema es que ese proceso es muy costoso para el país y para sus ciudadanos, quienes pagan las culpas de no haber reaccionado a tiempo o no haberse dado (o querido dar) cuenta de lo que ocurría tras bambalinas o peor  aún, haber apoyado voluntariamente siendo partícipes del proceso.
   Desafortunadamente, a golpes se aprende y hasta que no nos pasa las personas nos hacemos los de la vista gorda o nos quedamos paralizados sin saber que hacer, porque “ellos tienen las armas” y no tiene sentido hacerse matar. Pero el origen está en que recién reaccionamos cuando los abusos de la dictadura empiezan a ser evidentes o cuando nos tocan en lo personal o familiar, repitiendo que el famoso poema atribuido a Brecht es siempre verdadero.
   Los países, las sociedades civiles, son también como las personas y viven procesos de maduración. También como ellas aprenden más rápida o lentamente. Por desgracia, no todos terminan por aprender y hay personas que se van a la tumba llenas de rencores y frustraciones, seguras de que han sido los demás o las circunstancias las que los llevaron por ese camino. Si algo similar puede ocurrir con los pueblos, no me queda muy claro, pero si tengo la sensación que hay algunos que en su historia van dando tumbos de dictadura en dictadura con pequeños intervalos democráticos, que por lo mismo terminan en fracasos y reclamos de nuevos gobiernos fuertes que reiteradamente terminan mal.
   Las verdaderas democracias —si es que existen— son producto de muchos años de maduración y sinsabores. Nos lo dice la historia de los países de Europa occidental. El caso de los Estados Unidos es muy especial, ya que allí casi se podría hablar de un transplante de cultura, posteriormente enriquecida con el aporte de otros inmigrantes.
   Para vivir en democracia, entre otros requisitos, se necesita que cada una de las personas que la integra o por lo menos la mayoría, exija procedimientos democráticos al gobierno que ha elegido; que se sienta con derecho —como ocurre en otras partes— a escribir al congresista por el que votó exigiéndole que cumpla con sus promesas electorales y el primero se vea obligado a responderle. En resumidas cuentas, la democracia es de todos los días, no sólo de cuando se producen elecciones o de reclamar cuando es pisoteada, aunque ambas son parte de ella, ya que a esas alturas la dictadura tiene mucho camino recorrido y difícilmente cederá, porque además tiene mucho que ocultar. 
   Necesitamos construir una cultura democrática en la que la mayor parte de la población la practique en su vida privada y en el entorno en que se desenvuelve. No podemos esperar a que esto ocurra para practicarlo. Tenemos que empezar ya, recordando que como nos ha enseñado la historia, los cambios no se producen de arriba hacia abajo, sino a la inversa. Los gobiernos no se van convertir, tenemos que hacerlos democráticos. 
San Isidro, 31 de Julio del 2000
Publicado en el diario El Comercio (Editorial), Pág. a13 el martes 15 de agosto de 2000 bajo el título Cómo lograr la madurez democrática

¿QUIÉN ENGENDRA LA VIOLENCIA? por Alonso Núñez del Prado S.

   En los últimos días hemos visto cómo los miembros del oficialismo han acusado reiteradamente a los partidarios de Toledo y a él mismo de estar instigando a la violencia y de ser los causantes de la polarización del país.
   Aparte de que la respuesta de los toledistas y su propio líder ha sido permanentemente defensiva, sosteniendo que ellos defienden la paz y haciendo pedidos públicos a sus partidarios en ese sentido; y de que algunos aisladamente, quizá más certeros, han visto al SIN detrás de los amagos de violencia hasta ahora habidos, quiero que respondamos a la pregunta planteada como título de este artículo: ¿Quién engendra la violencia: el que reacciona ante la opresión o el que la ejerce?
   ¿Fueron los esclavos liderados por Espartaco y el mismo los violentos o lo fueron quienes los obligaron a ello, es decir los césares y el sistema romano? Con frecuencia vemos sólo el árbol y no el bosque. Si tomamos distancia nos encontraremos con que la violencia es con frecuencia respuesta a una agresión previa.
   No quiero que se me malinterprete y entienda como un defensor de la violencia, porque estoy convencido que siempre es una mala consejera y nunca conduce a buenos resultados; pero cuando uno toma distancia y empieza a ver en la historia, se encuentra con que los seres humanos, dadas ciertas circunstancias, sobre todo si hay un largo camino de opresión, reaccionamos violentamente. Los ejemplos sobran. Baste mencionar las revoluciones francesa y rusa y más reciente y cercanamente la cubana y la nicaragüense; y no estoy justificando, ni condenando ninguno de estos casos, sólo los menciono como hechos ocurridos y que han sido producto de ciertas circunstancias; y me vuelvo a hacer la pregunta ¿Quién engendró la violencia, los que ejercían el poder o aquellos que reaccionaron ante su mal uso?
   Es posible que la respuesta de los toledistas debiera ser: “los actos violentos no los cometen los ciudadanos porque nosotros los instiguemos, sino que son respuesta a lo hace el gobierno con su actitud prepotente y soberbia.”
   Así como la propia ley reconoce el derecho a la legítima defensa en el caso individual, tendríamos que reconocerlo en el caso social. La violencia no es casi nunca una buena solución, pero hasta Cristo la usó con los mercaderes en el templo y si mi memoria no me falla Paulo VI en su Populorum Progressio, no la justificó, pero la encontró explicable, cuando responde a la violación de los derechos fundamentales de la persona.
   En todo caso debe quedar claro que no estoy llamando a la insurgencia, sino invitando a que reflexionemos un momento y nos preguntemos una vez más con el título de este pequeño artículo.   

   San Isidro, 27 de Mayo del 2000 

Publicado como carta, en el diario El Comercio (Opinión) el Viernes 9 de Junio de 2000

ABAJO LAS FRONTERAS por Alonso Núñez del Prado S.

   Los conceptos de patria, nación y Estado son tan antiguos que no estoy convencido —por lo menos para este artículo— de la necesidad de investigar su origen y las causas que condicionaron su aparición y desarrollo. Sin embargo, estoy casi seguro que no fueron razones de caridad, amor, justicia y similares, que nuestra sociedad considera ideales.
  
   Tengo la impresión que el concepto de ‘Estado’, que de alguna manera es el más moderno, ya que corresponde al fin del feudalismo y al nacimiento de las monarquías, se nos ha colado dentro de la sociedad, como algunas otras instituciones, sin que hayamos meditado, pensado y aceptado hacerlo, como hubiera tenido que hacerse si el contrato social al que aludía Rousseau, hubiera sido posible en la historia. El problema es que la idea de ‘Estado’, como otras, está en la base de nuestro sistema. Quiero decir que si fuera posible que todos los hombres nos reuniéramos y acordáramos que el “Estado” o los “Estados” deberían dejar de existir, nos estaríamos cargando con el sistema en su integridad, porque si no hubieran “Estados”, ¿cómo estableceríamos el orden y la ley?; ¿Un gobierno mundial, que de alguna manera ya existe? Bueno, hay sin duda muchas preguntas que contestar, pero de ninguna manera debería esto inhibirnos de plantearnos la cuestión: ¿Deben existir los “Estados”?, porque aunque su fundamento esté en los cimientos de nuestro edificio, no deberíamos, simplemente, continuar tal como estamos, porque sería muy difícil cambiarlo. Si una parte de los cimientos está mal, tarde o temprano el edificio tendrá problemas. Resumiendo, creo que es necesario que repensemos todas nuestras instituciones y si no las encontramos razonables y convenientes, deberíamos pensar en el modo de modificarlas o erradicarlas, aunque esto nos tome mucho tiempo. Hay que mirar el bosque y no sólo los árboles que tenemos delante.

   Podríamos empezar por analizar las ventajas que traería consigo el hecho de que no existieran “Estados”. La primera que se me ocurre es que no tendríamos que usar pasaportes, lo que ya criticaba “El Principito” de Antoine de Saint-Exupery. Esto puede sonar banal y de poca importancia, pero en realidad nos daría derecho a circular sin trabas por el mundo, a trabajar y vivir en cualquier lugar sin limitaciones. También eliminaría el sistema de segregación por nacionalidad en la actualidad imperante y que no creo que pueda nadie defender racionalmente. Esto me trae a la memoria lo que el filósofo catalán José Manuel Bermudo ha denominado ‘el derecho olvidado’, que sería el derecho a elegir nacionalidad y, en consecuencia, a emigrar, que nos recuerda que si bien es cierto —como el propio Bermudo señala— que ha habido una evolución favorable en la calidad de la ciudadanía, en razón a la incorporación de las nuevas ‘generaciones de derechos’, también ha habido un estancamiento y hasta deterioro en su aspecto moral, ya que por ejemplo el nombrado derecho, presente en los orígenes del capitalismo liberal, “silenciosa y paulatinamente ha sido olvidado”, por razones más o menos obvias, pero que valdría la pena investigar con más detalle.

   Detrás de las organizaciones estatales están las razones económicas, que son motivo de la mayoría de las guerras, mediante las que un pequeño grupo de personas discuten sus mezquinos intereses, usando a las grandes masas que creen que ‘luchan y mueren por su patria’, lo que además ha sido convertido en un gran honor. Todo esto nos muestra como nos hemos transformado en monigotes que bailan al compás de una música que no hemos escogido y que no divierte, sino que puede matarnos o hacer que nosotros matemos, denigrándonos en nuestra propia humanidad.

   El sentido de pertenencia a una familia, a una ciudad, a una nación o a un continente ha sido invertido y con frecuencia importa más lo pequeño que lo grande. No puede ser que sea más importante ser peruano que americano, ni esto último que humano. El sentido a transitar es más bien el contrario: primero somos hombres, luego americanos, después peruanos y, al final, de nuestra propia comunidad. No quiero sugerir que olvidemos nuestra propia individualidad, pero si que reconozcamos en ella sus pertenencias que nos hacen lo que somos y de las que no podemos desvincularnos sin renunciar a nosotros mismos. Como dicen los comunitaristas, si al hombre le quitamos lo que lo vincula con su historia, familia y coyuntura, no queda nada, porque deja de ser él para convertirse en un ente que sólo existe en el plano teórico.

   Es cierto que pensar hoy en la eliminación de los estados es una quimera, pero los sueños y las utopías son necesarios. ¿No fue también quimera, en algún momento y por muchos siglos, pensar que la esclavitud era absurda y que la economía podía funcionar bien sin esclavos? ¿O que era posible y razonable que votaran las mujeres y los que no tenían propiedades, olvidando las democracias censitarias? Es necesario que nos atrevamos. Con el tiempo, cuando los pensamientos maduran y calan en la gente, poco a poco, se convierten en realidades.

San Isidro, 26 de julio de 2007

Publicado bajo el título: ¿Nacionalismos? en la página 15 de Gestión (Opinión), el miércoles 8 de agosto de 2007

EL ALTAZOR DE HUIDOBRO Y EL VANGUARDISMO por Alonso Núñez del Prado S.

   Desde El Espejo en el Agua (1916) el poeta chileno Vicente Huidobro (1893-1948) postulaba que “El vigor verdadero/ Reside en la cabeza”. Un cuarto de siglo después insiste diciéndonos en Ver y palpar (1941): “Vivid, vivid/ En vuestra cabeza”, mostrándose así partidario de la poesía como arte cerebral. Hacía así eco a aquellos versos de Juan Ramón Jiménez que a la letra dicen: “Y la poesía se quitó todos esos ropajes y se quedó desnuda”; lo que según uno de sus artículos de 1926, no compartía nuestro César Vallejo, quien más bien apostaba por la sensibilidad. Habría que completar la idea, citando al crítico Guillermo Sucre quien afirma que: “La inteligencia poética en Huidobro se identifica con la imaginación” y ésta arrasa con la sensibilidad, absorbiéndola, descartando —por lo menos en apariencia— la emoción.

   Los versos del poeta chileno “¿Por qué cantáis a la rosa, poetas?/ Hacedla florecer en la poesía” (que dicen fueron signados por el irónico comentario: “Tú cantas a la lluvia, mientras yo hago llover”, que le hiciera en su juventud un brujo indio) y que nos recuerdan la frase Borges “el poema no hablaba de la batalla, era la batalla”; nos muestran cómo entendía Huidobro su “creacionismo”: el poeta era una especie de dios que creaba en su poesía. Al mismo tiempo, criticó otras propuestas de la vanguardia, como la del surrealismo que —en su opinión— hacía un fetiche del inconsciente, olvidando que a los poemas hay que corregirlos y trabajarlos. Recordemos también en este sentido sus críticas al futurismo, por considerarlo superficial y simple, y —en Non serviam, su manifiesto de 1914 a la poética aristotélica, porque limita el arte a la mimesis.

   Adentrándonos ya en Altazor mismo, diremos que es clave recordar el contexto histórico-cultural de la primera post-guerra. Todo había sido triturado, incluido el poeta. Eso explica el desdoblamiento: “Soy yo Altazor el doble de mi mismo”. En una especie de esquizofrenia, en el poema, un “yo” innominado casi dialoga con un “tú”, que a su vez, por momentos, se convierte en “yo” (una especie de Altazor y yo). Aparece también una autocrítica a lo que el poeta había sido hasta entonces; y aquí es necesario rescatar la lectura de López Adorno contra la de René de Costa y el ya citado Guillermo Sucre, quienes leen Altazor como un fracaso, olvidando al pájaro tralalí, símbolo de renacimiento.

   Para comprender mejor a Huidobro, es importante recordar sus palabras: “¿Por qué aludiste al terror de ser?” que aluden a los “poetas con la marca de Caín” de Byron y a un verso similar en “Las Flores del Mal” de Baudelaire; y que el anuncio de Nietzsche de “la muerte de Dios” y su necesidad de reemplazarlo, lo habían marcado profundamente. También debemos tener presente que en su poesía aparece cierta sensación de angustia que sintoniza con el expresionismo y el dadaísmo (“Cómo puedo dormir si dentro de mí hay tierras desconocidas”).
   Huidobro nos propone con la vanguardia: romper con todo. Pintar el caos caóticamente “Canta el caos al caos”. No acepta someterse a la naturaleza. Nos invita a cambiarla: “Embruja el universo con tu voz; aférrate a tu voz”. Nos pide volver al ritmo primero. Ridiculiza que se haya caído en el nihilismo. Condena la angustia expresionista. Quiere volver al silencio (como Rimbaud y Mallarmé). Se anuncia a sí mismo como gran poeta: “Yo poblaré para mil años los sueños de los hombres”. Desconfía de las palabras “pero no temas que mi lenguaje es otro” y anuncia el nacimiento de un árbol, símbolo plurisemántico, que puede entenderse de diversas maneras. Casi al gusto del lector.
   Con versos clásicos (pareados con asonancia), en el Canto III, nos propone “romper todas las amarras”, con la lógica... “matemos al poeta que nos tiene saturados”, pero salvemos al mago (nuevo poeta creador). Critica la “poesía pura” de Juan Ramón Jiménez y al ultraísmo de consumo; y en consecuencia se autocrítica. Quiere resucitar la lengua y ordena al lenguaje —como Cristo a Lázaro— “levántate y anda” y desde esta perspectiva critica —como ya dijimos— al futurismo y sostiene que se trata de jugar al fútbol con las palabras y no de hacer poemas del futbolista.
   “No hay tiempo que perder” —nos dice— cuando pide apoyo para la mujer y el ruiseñor, símbolos de la belleza, el canto y la poesía, de “La eternidad (que) quiere vencer”. Anuncia una ruptura con la gramática, que se hará patente en los cantos finales. Hay que morir para ser habitado por lo que viene: “Aquí yace Vicente, antipoeta y mago”. Juega entre palabras y sonidos, entre eternidad y fin. Cuando “El pájaro tralalí canta en la ramas de mi cerebro”, nos anuncia el advenimiento del futuro del que es profeta.

   Como Dante tiene que descender al infierno antes de entrar al Paraíso. Para Huidobro hay necesidad en la caída. Y el paracaídas del que nos habla se convierte en una especie de globo aerostático (parasubidas). Cumpliendo con la anunciada ruptura con la gramática, trabaja con metátesis fónicas y préstamos morfológicos. Hace una recomposición casi cubista de la imagen. Supera el trabajo del campo léxico y va más allá. Hay en sus versos una tendencia a recrear los recursos empleados en la poesía moderna desde Rimbaud hasta la vanguardia.

 Al final de Altazor hay un canto inesperado. Una reestructuración del lenguaje poético no llevada a cabo antes. Huidobro se siente habitante de una tierra incógnita en la que lidera un renacimiento, una respuesta revitalizante. En este espacio nuevo, nuestro poeta se lanza como el navegante antiguo a la mar. Guiado por la Rosa Orientadora (lenguaje dantesco), quiere llegar haciendo reaparecer así el eterno femenino. Estimulado por su donna angelicata, se siente capaz de llegar al cielo. Trae a colación la imagen del atleta para aludir a la hazaña que pretende realizar en el campo del espíritu. Se auto-define como un faro (que guía). Atleta de lo nuevo. Las cosas salen de su ser y se recomponen. En Altazor se anuncia un nuevo crecimiento, después de la muerte. La poesía de Huidobro no sólo es un juego gramatical, sino una ruptura ‘con-posiciones’ poéticas anteriores. Sus imágenes obligan a romper con lo lógico, lo establecido, relacionándolas al mar en la noche. Lo que parecía la muerte resulta la vida misma. La suya es una lógica nueva regida por una metamorfosis. Molino que todo va a cambiar. Valor poético no en la lista excesiva, sino en la sensación de movimiento. Una imagen de liberación vinculada a la quijotesca. El carácter mutante llega de la gramática a lo fónico y luego hasta la experiencia vital. En Huidobro, hay un paso de la gramática original a lo desgramaticalizado.

Lima, 23 de octubre de 1995


Publicado en el Dominical (Pág. 14) de El Comercio el 17 de junio de 2007.

JUSTICIA IMPERCEPTIBLE por Alonso Núñez del Prado S.

“...tantas verdades que no se pueden probar... y errores... Quizá un día...”

En esencia, en la vida, hay justicia
“Quien recibe mucho, ha de pagarlo.”
No pretendáis, sin embargo, encontrar
ésta a vuestros propios ojos.
El gozo y el sufrimiento sólo
tienen medida en la propia persona.
Así, los juicios de comparación,
carecen de conocimiento profundo e imparcialidad.
“Nadie sabe lo de nadie”, reza una verdad.
Dicen que son desgraciados, porque
no conocen el sufrimiento de los otros;
que son más felices, porque no saben
lo que hace felices a los demás.
La evaluación de gozo y sufrimiento
siempre esta impregnada de subjetividad,
de “lo que para mí sería”.
Lo que no significa nada para algunos
es la felicidad o el dolor de otros.
Aún si se pudiera hacer la evaluación de seres vivos,
erraría en no estar completa en el tiempo;
pero si estuvierais o estuviera yo en capacidad
de conocer completamente las vidas
que ya pasaron, encontraríamos un equilibrio
casi matemático, porque en la vida hay períodos
de alegría y dolor siempre bien contrapesados
y a juventudes muy felices siguen vejeces de sufrimiento
y las dosis de ambas están bien equilibradas.
Nuestra incapacidad para probar sin margen a dudas lo afirmado,
aún cuando podamos presentir verdad en ello (como hago yo ahora)
nos recuerda, de la manera metafórica con que siempre nos habla la vida,
que no hay excusa a nuestra conducta en las compensaciones,
ni es válido hacer o dejar de hacer, esperando premios post-terrenos,
que es nuestro deber buscar justicia a nuestros propios ojos.
Al fin y al cabo, no hay mejor ni más terrible juez para sus actos que uno mismo.

Publicado en el Boletín # de Siempre en de de

martes, 22 de febrero de 2011

LA DIFERENCIA ENTRE ‘SER’ Y ‘TENER’ por Alonso Núñez del Prado S.

“El hombre superior ama su alma, el hombre inferior ama su prosperidad.” Lín Yǔtāng
“Las tenencias esclavizan. La libertad no es buena amiga de la propiedad” ANdPS

   La reflexión sobre la preeminencia del “ser” sobre el “tener” es frecuente en el ambiente intelectual; pero nunca ha calado, ni ha tenido receptividad en la mayoría de la gente, en especial en Occidente. Quizá —piensan algunos— porque concepciones ontológicas como la representada por la frase de Hobbes “El hombre es el lobo del hombre”, corresponden más a la realidad, que aquellas que —como las de Kant y el cristianismo—  suponen un hombre menos egoísta y más dispuesto a la solidaridad. Ejemplos que muestran la frecuencia con que se ha tratado el tema son comunes en la historia: desde el más o menos reciente de ¿Tener o Ser? de Erich Fromm o el un poco más antiguo del Siddharta de Hermann Hesse,  hasta los tiempos del pensamiento estoico en la antigua Grecia y más atrás, si miramos al mundo oriental, en especial en la India, donde incluso en la actualidad podemos encontrar concepciones de “triunfo” (si así puede llamarse), opuestas a la nuestra.

   Quedamos, sin embargo, unos pocos ‘románticos’, como quieren considerarnos algunos, que insistimos en la necesidad de recalcar esta diferencia (entre ‘ser’ y ‘tener’), que nuestra sociedad, por estar impregnada de materialismo (realismo, dicen otros), quiere obviar, confundiendo lo que es diferente. En la cultura occidental, con honrosas excepciones, se considera que es más el que tiene más y que el que se hizo millonario es el triunfador por antonomasia. El ‘tener’ es usado como medio para ‘ser’ (creerse) más y socialmente se produce un engaño sutil, que pretende que el tener, saber, poder o hacer más e inclusive el tener una mejor imagen, es consecuencia de ser más. Todo esto, exacerbado por el endiosamiento de la competencia, tan de moda en nuestros días.

      La confusión, que como hemos visto no se produce sólo con el ‘tener’, aunque es de la que nos ocupamos en este artículo, ha llegado a tales niveles que casi crecemos respirándola. Con el tiempo —la madurez, dirían algunos— la “realidad” termina por imponerse y muchos terminan convencidos que lo importante es el dinero (“Dicen que el dinero no es la felicidad, pero se le parece mucho”). Y a los pocos idealistas, “la vida terminará por enseñarles”. Así tenemos que en nuestro mundo tener más es ser más.  El éxito se mide en dólares, fábricas, propiedades y cosas similares.
                                                                                                                
   En consecuencia, en un mundo como el que vivimos, a muy pocos les importa ser más y a muchos, por el contrario, tener más; lo que motiva que lo último se superponga a lo primero, logrando que se olvide y suponga equivalente. De esta manera, resulta muy difícil que alguien sienta ser más que quien tiene más, salvo como actitud de autodefensa o, peor aún, basado en anquilosados conceptos de nobleza de sangre, frente a los denominados “nuevos ricos”. El único camino posible es el de la propagación y consecuente convencimiento de la diferencia, lo que tomaría mucho tiempo, Creo, con todo, que el esfuerzo bien vale la pena. Cuando todos creamos que ser más es más importante que tener más, nuestro  mundo será mejor, aunque para conseguirlo será necesario enfrentarnos con muchos y poderosos intereses, que constituyen una de las principales razones por las que hoy “tener más” tiene más acogida.

   Cabría preguntarnos a estas alturas ¿qué es ser mejor? Y la respuesta da para escribir un libro, pero como no es la intención de estas líneas desarrollar este tema, me limitaré a manifestar mi opinión en una sola frase: ser mejor es ser más uno mismo, lo que Heideger llamó “autenticidad” y Marcuse “ser auténtico”. En otras palabras, ser fieles a nuestra humanidad, pero también a nuestra propia individualidad. De esto se desprende que, en sentido estricto, nadie es más que otro. Uno es más o menos, sólo en relación a uno mismo, a su pasado. Los hombres son diferentes, plurales como diría Hannah Arendt, y cada uno tiene en potencia su propia realización como persona. Aquí aparece otra de las debilidades de la concepción social y es su tendencia a calificar al prójimo, cuando en realidad no hay ni mejores ni peores entre nosotros, sino sólo personas diferentes.

    De otro lado, si profundizamos en el tema, nos daremos cuenta que cuando buscamos tener más estamos tratando de arrebatárselo a otros. Cuando acumulamos riqueza, lo hacemos en desmedro de otras personas; y si bien, como dijimos antes, el dinero no da la felicidad, la falta del mismo causa sufrimiento. Así podemos concluir que el tratar de tener más, cuando excede los límites de lo razonable, nos divide y nos separa. Por el contrario el tratar de ser más, es creador e integrador. Los logros de los artistas, filósofos, científicos e inclusive deportistas han aumentado el patrimonio de la humanidad y la han unido. Podemos decir que tratar de ser más, nos hace mejores hombres, capaces de amar más, de ser más libres y solidarios, de pensar por nuestra propia cuenta, diferenciándonos de los animales y de su ley de la selva; mientras que tratar de tener más, nos deshumaniza y nos hace paradójicamente más pobres.
  
   Otro aspecto que nos muestra lo contradictorio y frágil de la ideología reinante en nuestra sociedad, es que el tiempo la corrige. Si nos remitimos a la historia, con explicables excepciones, ignoramos a los grandes amasadores de fortunas, a los que buscaron tener más; y recordamos y ensalzamos a los en verdad grandes, a los que trataron de ser más, cada uno a su estilo y manera, aunque murieran en la miseria.

   Es irreal pretender que de repente sea posible cambiar nuestras creencias culturales, pero es necesario que empecemos a ser conscientes de lo contradictorio y equivocado de éstas, para que un nuevo sentido común emerja y se vaya imponiendo y al final el cambio se produzca cuando todos estemos convencidos. Pero, en el camino se nos presenta un importante desafío, que es prevenir el contagio, casi inevitable,  en medio de un mundo que practica y predica lo contrario. 

Publicado en El Comercio (Dominical), Pág. 10, el domingo 6 de mayo de 2007