viernes, 24 de agosto de 2012


¿DICTADURA O DEMOCRACIA? por Alonso Núñez del Prado Simons

    Por ahí todavía quedan algunos pocos fujimoristas escondidos...

    No somos  tan pocos y por lo menos yo no me escondo...

    ¿Estás hablando en serio?

    Por supuesto... No soy exactamente un defensor de Fujimori, ni de la corrupción, sino de un gobierno fuerte y autoritario. En países como el nuestro la democracia no funciona...

    Esa es la vieja cantaleta de todos los fascistas...

    No me vas negar todos los logros del Gobierno de Fujimori: el terrorismo, la inflación, la reinserción en el sistema internacional...

    Algunas cosas hizo, pero las hizo mal. Mira, hace unos días un profesor de la Católica me contaba que en su clase había preguntado a los ochenta alumnos, si conocían a alguien que ahora estuviera económicamente mejor que el 90... y escucha bien, no solamente si alguno de ellos o sus familias estaba mejor, sino si conocían a alguien que lo estuviera.... y sabes qué... sólo uno... sólo uno conocía a alguien que probablemente, creía él, estaba mejor que hace una década...

    Bueno yo no sé... quizá yo mismo estaba mejor hace diez años, pero a ese profesor hay que decirle que les pregunte a sus alumnos si conocen a alguien que preferiría vivir en el Perú que nos dejó Alan García,  y vas ver que todos van a levantar la mano...

    Siempre he reconocido que el gran mérito del Chino fue haberle devuelto la esperanza al país. El problema es que lo que escribió con la derecha, lo borró con la izquierda. El Perú que nos ha devuelto está peor que el que le entregamos... y esto último es subrayadamente verdadero, “que le entregamos” especialmente a partir del golpe del 92. Tenemos que reconocer que nos dejamos avasallar...

    En verdad, ¿crees que el Perú está mejor que el 90 o 92? Haz un poco de memoria: la inflación, el terrorismo. A esas alturas el Perú parecía inviable...

    Pero el Perú de hoy es un país destrozado, sin instituciones, con una recesión espantosa y lo peor de todo: sin moral. La corrupción ha calado hondo y ha penetrado todos los niveles de la sociedad. Desgraciadamente el ejemplo de los “padres de la patria” ha servido para que hoy nada sea condenable. Felizmente que en medio de todo estamos dejando de lado esa vieja costumbre peruana de “borrón y cuenta nueva” cada vez que se cambiaba de gobierno. ¿Con que autoridad moral se puede hoy penar a un evasor de impuestos, si una buena parte de lo recaudado ha ido a engrosar los bolsillos de unos delincuentes?

    Ya te dije que no estoy defendiendo al gobierno de Fujimori, ni a la corrupción, sino la necesidad de tener aquí un gobierno fuerte. Ya estás viendo lo que pasa. Ahora quieren echarse abajo a las AFP...

    El que se hiciera un planteamiento no significa que esté aprobado. Por otro lado, te puedo enseñar mi último reporte de AFP. Como ya no soy trabajador dependiente, mi fondo ha disminuido...

    Eso puede pasar. En épocas de crisis las inversiones pueden tener rendimientos negativos, pero en el largo plazo terminan por ser rentables... Pero regresemos a nuestra discusión original: ¿Crees que en el Perú es posible la democracia?

    Los países son como las personas. Tienen procesos de maduración y necesitan asumir responsabilidades. No le puedes pedir a un niño que sea capaz caminar solo, si siempre lo has tenido agarrado de la mano. Si lo educas sometido permanentemente a la férrea autoridad paterna, no le permitirás madurar y ser mañana un adulto responsable. Revisa la historia, especialmente la del occidente europeo —de la que la de Estados Unidos es una especie de transplante y continuación— y vas a ver todo lo que tuvieron que pasar para tener hoy democracias relativamente decentes.

San Isidro, 11 de Marzo de 2001  

 
Publicado en Gestión (Opinión) con adecuaciones, bajo el título Maduración de la democracia, Pág. 15 del martes 20 de marzo de 2007.

EL CARNAVAL por Alonso Núñez del Prado Simons


 
Cuando hace unas semanas una niña se quejaba de que era “atacada” con huevos y similares por los adolescentes que durante todo el mes de febrero jugaban carnaval, recordaba con pesar que nuestra práctica carnavalesca se haya perdido y hoy sea una forma de ejercer el machismo del que adolece Perú. Bien decía Mario Vargas Llosa —en un artículo de hace poco más de dos años, en el que comentaba su experiencia en el carnaval carioca— que a pesar de los excesos, gracias a él, Brasil no tenía más explosiones de violencia.

El carnaval —que podría ser heredero de las bacanales y saturnales romanas— es una de las formas de terapia social y una de las muestras de cómo el hombre, aunque sea sólo momentáneamente, ha sabido crear un escape a la vida rutinaria y a los cánones establecidos. Como genialmente lo ha afirmado, al igual que algunos antropólogos,  el crítico ruso Mijail Bajtin: en el carnaval la vida es desviada de su curso normal. Se podría decir hasta que es invertida, resultando un mundo al revés (monde à l’envers). Las leyes y normas con las que vivimos diariamente son canceladas durante el carnaval. Se suprimen las jerarquías y la etiqueta, eliminándose todo lo condicionado por la desigualdad social y de edades. Desaparece toda distancia entre las personas y “el contacto es libre y familiar entre la gente”. Es una especie de catarsis en que se elabora, entre realidad y juego, de una forma sensorialmente concreta, un nuevo modo de relaciones entre la gente, que se oponen a las de la vida cotidiana. La conducta de las personas es liberada de las estructuras jerárquicas en que vivimos y se convierte en excéntrica e inoportuna. “La actitud libre y familiar se extiende a todos los valores, ideas, fenómenos y cosas. Todo aquello que había sido cerrado, desunido, distanciado por la visión jerárquica de la vida normal, entra en contactos y combinaciones carnavalescas. El carnaval une, acerca, compromete y conjuga lo sagrado con lo profano, lo alto con lo bajo, lo grande con lo miserable, lo sabio con lo estúpido, etc.”

Así percibido el carnaval es una necesidad social y no es casualidad que en los lugares en que se ha desarrollado una tradición de festividades carnavalescas, haya menos violencia —aunque si la haya en el carnaval mismo— y sea la puerta de escape por la que la sociedad deja salir sus sentimientos más recónditos

Creo firmemente que de no haber carnaval los muertos y heridos que reporta el carnaval brasileño cada año, crecería geométricamente, apareciendo en otras actividades y hasta en el aumento de la delincuencia. Un país como el nuestro necesita del carnaval y si bien las antigua festividades han caído en la barbarie, la solución no es prohibirlo —lo que finalmente es imposible— sino normarlo y dentro de lo posible controlarlo, aceptando que a pesar de todo, algunos desmanes serán cometidos; pero que estos irán en desmedro de otros, evitando la acumulación de sentimientos de violencia en la sociedad, incluso siendo una puerta de escape de los mismos.

                 Muchas cosas en apariencia banales, han sido vistas con miopía por nuestra clase dirigente y ésta es una de ellas. El carnaval no es sólo una terapia, sino una forma de integración social y cultural y creo que ha llegado el tiempo de resucitarlo, concentrándolo en los días en que siempre ha sido, es decir en los últimos antes del inicio de la cuaresma y no dispersado en todo febrero, por la ignorancia.

Las festividades carnavalescas podrían muy bien ser desarrolladas e incentivadas por las municipios de los diversas regiones de nuestra patria, que con la diversidad y bagaje cultural con que cuenta, podría ser en el futuro no sólo, como hemos dicho, una catarsis social, sino motivo de integración y hasta de mayor afluencia turística.

San Isidro, 4 de Marzo de 2001 

Publicado en el diario El Comercio (Editorial). Pág. a15, el miércoles 5 de marzo de 2003 bajo el título ¿El carnaval como válvula de escape?


DESCENTRALIZACIÓN por Alonso Núñez del Prado Simons


   Hace algunos días recibí en mi Estudio la grata visita de Alberto Muñoz-Nájar, ex-Presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa y actual Secretario de la Macro-Región Sur, quien tuvo la gentileza de explicarme a grandes rasgos lo que este proyecto pretende.

   Más allá del proyecto mismo, que me gustaría conocer más a fondo, pero que en principio me parece loable y muy interesante, está el tema mismo de la descentralización, tan manoseado, mal utilizado y que finalmente despierta tantos temores a los que usufructúan del centralismo, especialmente la  clase política.

   Hasta donde recuerdo los discursos ha ido desde un disimulado temor al federalismo, defendiéndose lo que se ha denominado descentralización —que en la práctica nunca se ha aplicado— hasta un centralismo pragmático, como el que nos ha gobernado en la última década, en aras de mantener todo el control en su tan marcado estilo dictatorial.

   La experiencia me ha enseñado que si los provincianos esperamos que algún gobernante de buena voluntad inicie un verdadero proceso descentralizador, podemos esperar otro siglo hasta que esto ocurra. Los cambios que afectan al propio poder político no los va a hacer éste, salvo que se vea obligado a ello. Puede sonar anarquista y sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero la única posibilidad de conseguir que este país se descentralice es obligando al Gobierno Central a que lo haga. Y esto no es poniéndole un revolver en la cabeza al Presidente de turno, para que firme la ley respectiva, sino mediante la toma de decisiones autónomas y la recaudación de fondos, usando todos los medios disponibles, para lograr un polo de desarrollo que le sea imposible boicotear al Gobierno de turno.

   La experiencia vivida en Arequipa en los años sesenta con la Junta de Rehabilitación, después de los terremotos, ha causado que muchos arequipeños vivan anhelando la repetición del apoyo económico que brindó el Gobierno de esa época, merced a la épica defensa de los diputados que nos representaban en aquel entonces. Aunque duela decirlo, malgastamos buena parte de ese dinero. Como en las personas, en los países, departamentos y provincias, el dinero no adquirido con el sudor de la frente, se hace humo; como lo prueba la ahora costosa deuda externa. ¿Qué ha sido de todos los miles millones que nos prestaron en los sesentas y setentas? Y lo peor, ahora tenemos que pagarlos. Si una provincia quiere desarrollo tiene que auto generarlo. Es difícil que en los gobiernos haya una verdadera vocación por revertir el asfixiante centralismo, ya que de él se alimentan sus integrantes. En todo caso nos dorarán la píldora, mediante leyes y traslado parciales de fondos, que nos prometerán incrementar y que finalmente cortarán alegando malos manejos. A las provincias, desde el Gobierno Central, se las trata como a niños incapaces de administrar sus recursos. Como si con el ejemplo que les ha dado a través de la historia, tuviera la capacidad moral de exigirlo.

   Como a estas alturas todos reconocen, no hay descentralización, sin descentralización de fondos. Paralelamente, en consecuencia, las provincias tienen que luchar, y en todos los planos, inclusive saliendo a las calles, por lograr que la mayor parte de la recaudación les sea trasladada. El Gobierno Central sólo debería jugar un papel redistribuidor, apoyando a las zonas más pobres, pero no desde Lima, sino entregándoles el dinero para que ellas lo administren. Sin duda, la supervisión y el control deben ser también labores prioritarias, para evitar el mal uso de lo fondos públicos. También como las personas, las provincias aprenderán a administrar recursos, haciéndolo. Así también lo han comprendido las entidades internacionales que apoyan a los países en vías de desarrollo, quienes también tienen ahora presente la labor controladora que no ejercieron en el pasado y resultó en el mal uso de los dineros que nos prestaron.      

   En resumen —como ya hemos señalado en otras oportunidades— los cambios no se pueden hacer desde arriba. La descentralización tiene que ser obra de los provincianos, de un trabajo paralelo entre conseguir mayor autonomía económica y política por sus propios medios y presionar al Gobierno Central a que lo reconozca con leyes y trasladándoles la recaudación y fondos. Finalmente, ¿A quién se le da libertad y dinero? Sólo al que ha demostrado capacidad para administrarlos.

   San Isidro, 14 de noviembre de 2000

Publicado en el diario El Comercio (Editorial). Pág. a23, el domingo 19 de Noviembre de 2000 bajo el nombre A empujar la descentralización

lunes, 16 de mayo de 2011

¿POR QUÉ? por Alonso Núñez del Prado S.

   Es siempre útil preguntarse por las causas, para buscar remedio a éstas y no tratar de curar las consecuencias que siempre continuarán aflorando si las primeras permanecen.
   Por eso es útil preguntarnos: ¿Por qué ha pasado y está pasando lo que vivimos hoy en el Perú? ¿Por qué es que nuestra historia está plagada de golpes militares, gobiernos dictatoriales, interrumpidos por breves y débiles períodos democráticos, que terminan en nuevas dictaduras? ¿Es simplemente porque tenemos mala suerte o porque en algún momento “se jodió el Perú”, como supone la pregunta del Zavalita de Vargas Llosa en Conversación en la Catedral?
   La única respuesta que encuentro válida en medio de este pandemonium, es que todos somos responsables —salvo unos pocos venerables casos— y muy especialmente la clase dirigente. Esta última década —que es la repetición de situaciones similares en la historia de nuestro país— es producto de esa permisividad moral de toda la sociedad peruana, que supone que los gobernantes pueden romper con todos los códigos éticos. Robar, porque siempre han robado; asesinar y hacer pagar a justos por pecadores,  porque no hay otra manera de gobernar; arrimarse a quien tiene el poder, porque así se hacen buenos negocios; o simplemente “no metiéndose en política” —sin percatarse que esa es una manera de hacerlo— porque es demasiado sucia.
   La corrupción que el famoso video nos ha traído a ojos vista, la conocíamos todos. Algunos se aprovechaban de ella, otros cerraban los ojos y no querían verla, también había quienes, si no la justificaban, la encontraban explicable; y por último los que estando convencidos de su existencia hicimos muy poco o nada para que acabara. Las explicaciones las encontramos en todas las formas y tonos, permanentemente; por algo con verdad se dice que una de las mayores capacidades del hombre es la de auto justificación; pero no se trata de encontrar culpables —al final casi todos lo somos— sino de buscar soluciones y no a la crisis a la que hoy nos enfrentamos, que sin duda la necesita, sino de lo que originó y fue causa de ésta, como de muchas otras en la historia del Perú.
   La única manera en que una crisis como ésta es imposible es mediante el actuar diario de todos nosotros. No podemos permitir que nos atropellen o lo hagan con terceros, ni que las autoridades se llenen los bolsillos aprovechando de su gestión, ni que nos mientan, silencien, chantajeen o manipulen psicosocialmente. También es necesario que nosotros no lo hagamos y que en general nuestro proceder concuerde con lo que predicamos. Nadie cuando es gobernante procede éticamente, si no lo ha hecho siempre, como tampoco es democrático, si en su casa y empresa es un autócrata Desafortunadamente, la corrupción se ha extendido. Cuando los líderes dan el ejemplo el resto de gente tiende a seguirlos. Son pocos los capaces de escapar a la peste.
   Como siempre las recetas son más fáciles de escribir que de practicar y probablemente nunca podrán llevarse a cabo totalmente, pero por algo se empieza. Si cada uno de nosotros o la mayoría es capaz de no permitir que sus derechos sean violados; de ser solidario con terceros de los que personas inescrupulosas pretenden aprovecharse; de acusar  y reclamar cuando se dispone de los fondos públicos para fines particulares; de salir a las calles cuando la constitución y las leyes son violadas. Si aprendemos a no temer a las armas, porque son simples cacharros incapaces de matar a la verdad; si sabemos que no estamos solos y que el resto de la sociedad nos apoya; si por fin aprendemos que a los que gobiernan los hemos elegido y se deben nosotros y que el dinero que manejan es nuestro y no pueden disponer libremente de él... Entonces, no habrá dictadores, ni dictaduras, ni violaciones de la Constitución y los derechos humanos, ni funcionarios corruptos, ni sobornos, ni chantajes. No serán posibles las peripecias que hoy vivimos y el Perú será grande.
San Isidro, 3 de Octubre del 2000
Publicado en el diario El Comercio (Editorial), Pág. a17 el Martes 5 de Diciembre del 2000

CADA HOMBRE: OBJETO Y FIN DE LA POLÍTICA por Alonso Núñez del Prado S.

Todos y cada uno de los miembros de un Estado son la razón de ser de la política del mismo. Esto que parece obvio ha sido y es olvidado por las sociedades contemporáneas una y otra vez.

      La política (del griego politikē) —resumiendo a Aristóteles— es la forma en que nos organizamos los seres humanos, y las relaciones que entre nosotros se generan, para que, viviendo en comunidad, logremos ese telos que fue para él la eudaimonía (virtud, felicidad, prosperidad) y que los cristianos de hoy llamamos “bien común”. En consecuencia, el que exista un gobierno y un sistema —en la mayor parte de los países civilizados de nuestro tiempo: la democracia— es parte de eso que llamamos política.

   Si todo esto es verdad y en la democracia todas las personas son iguales y cada una representa un voto, los gobiernos se deben por igual a sus gobernados, sean estos ancianos, jóvenes o niños, ricos o pobres. Y si bien es cierto el objetivo de todos es buscar el bien común, es necesario recordar que si de seres humanos se trata, debemos privilegiar el presente sobre el futuro. En otras palabras, ningún gobierno tiene derecho a sacrificar a alguno de sus miembros en beneficio de la mayoría, ni tampoco de un futuro mejor. Debo aclarar que cuando digo sacrificar, me refiero a la vida y a las necesidades básicas de la persona. Otros sacrificios, sobre todo si son compartidos entre todos los ciudadanos proporcionalmente, son aceptables y hasta razonables. Creo que planteadas así las cosas, habrá muy pocos que disientan.

   Sin embargo, hemos sido y somos testigos de que con frecuencia en las altas esferas de los gobiernos, se habla de sacrificios —vidas humanas, generaciones, hambre de los pobres, mortalidad infantil, etc.— necesarios para que la economía resurja o para que próximas generaciones la pasen mejor; olvidándose que ya Kant y los humanistas afirmaron que “los seres humanos son fines en sí mismos y dignos de un respeto incondicional, y por tal, no pueden ser medios o instrumentos subordinados a un propósito más alto”, que —como decía Rousseau— “lo que es malo en moral es también malo en política”, que “la sociedad existe para el beneficio de sus componentes; no sus componentes para el beneficio de la sociedad” (H. Spencer), que “todo gobierno tiene por único objeto el bien de los gobernados” (San Agustín de Hipona), que “un Gobierno es bueno cuando hace felices a los gobernados...” (Confucio), y que “la sociedad perfecta es aquella donde encuentran todos justicia, trabajo y comodidades” (Aristóteles).

   Siguiendo la pragmática doctrina de Macchiavello —que por desgracia ha dejado profunda secuela en la política— el argumento más usado para defender estos “sacrificios necesarios” es que no hay otra alternativa, pero casi siempre existe, lo que pasa es que más difícil y complicada su implementación. En nombre de transitar por los caminos más cortos o de hacer las cosas de la forma más simple, no podemos justificar lo que en el fondo son asesinatos masivos, es decir genocidios; como lo atestiguan los sobrevivientes del holocausto judío y otros similares que ha vivido la humanidad.

   Ejemplos sobran. En nuestro país la receta económica empleada en la última década, ha causado —y continua haciéndolo— una gran mortalidad infantil, además del hambre y miseria de las clases más necesitadas; y ha sacrificado también a una generación de jubilados, quienes tienen hoy que vivir de sueldos miserables, cuando aportaron muchos años para poder pasar su vejez decentemente. Tampoco podemos olvidar a las víctimas de la lucha contra el terrorismo. Miles de inocentes muertos en nombre de la frasecita esa que dice que “justos pagan por pecadores” o de la otra “el fin justifica los medios”.

   Mas esto no ha ocurrido sólo aquí, también en Chile y no podemos olvidar las matanzas en Uruguay y Argentina y que en nombre de esta lógica se perpetraron las masacres del nazismo y del stalinismo. En todos estos casos parece haber un denominador común: la dictadura.

   Pero desafortunadamente también se da en algunas democracias. Hace algún tiempo me contaban que en Alemania —a raíz de la caída del muro— un líder empresarial declaró a nombre de su gremio, que era necesario cerrar la mayor parte de empresas de la zona oriental por estar obsoletas, aún cuando esto implicaba sacrificar a una generación de jóvenes, ya que era necesario para el resurgimiento de la economía más adelante.

   Finalmente, creo que es oportuno recordar que el padre del neoliberalismo filosófico, John Rawls al plantear su Teoría de la Justicia afirmó: si dando un paso atrás nos tuviéramos que poner de acuerdo en algunas reglas de convivencia, sin saber cada uno que lugar le tocaría ocupar en la sociedad, nadie aceptaría que se sacrificaran seres humanos, porque quien lo hiciera podría estar dictando su propia condena de muerte.


Santa Eulalia, 20 de abril del 2000 

Publicado en el diario El Comercio (Editorial),  Pág. a19, el Jueves 5 de Abril de 2001

ATRIBUTOS ADICIONALES por Alonso Núñez del Prado S.

   Haciendo eco a toda esta moda neoliberal que vitorean  empresarios y gerentes, se ha sostenido que hay una equivalencia entre gobernar y “gerenciar”. Se supone desde esta perspectiva —contra lo que pensaba nada menos que Aristóteles— que un buen gerente será un buen ministro y hasta un buen Presidente.

   Si buscamos en los libros de administración, encontraremos que entre los principales atributos del manager —mal traducido por gerente— están la capacidad de liderazgo y el de administrar gente y recursos, todos necesarios para ser un buen gobernante: pero hay otros que no son indispensables en el primero y sí en el último. Para empezar, el origen mismo es diferente: el gerente es elegido por el directorio o los accionistas, mientras al gobernante —por lo menos en un régimen democrático— lo eligen sus gobernados. Los países subsisten siglos, las empresas —con suerte— décadas. Un buen gobernante debe lograr la aceptación de la mayoría y por lo tanto su visión de largo plazo no puede olvidar el presente.

   Analicemos un poco esto último. Un gerente en determinadas circunstancias, despedirá parte del personal o lo “sacrificará”, porque la situación así lo exige. Su objetivo principal —y por el que usualmente se le calificará— es obtener resultados, entendidos como utilidades para la empresa. En otras palabras, los accionistas son más importantes que los trabajadores. Por el contrario y contra lo que opina Macchiavelo, un buen gobernante —aunque en el mundo de hoy con frecuencia se olvide— no tiene derecho a sacrificar ni a uno solo de sus gobernados. Recurramos, para hacer esto evidente, a uno de los gurús del liberalismo, el filósofo norteamericano John Rawls, profesor de la Universidad de Harvard.

                  Para Rawls "la justicia es la primera virtud de las institu­ciones sociales"  y en consecuencia no importa si las leyes o las instituciones son eficientes cuando éstas son injustas. Siguiendo a Kant sostiene que cada persona tiene una inviolabi­lidad fundada en la  justicia, que incluso el bienestar de la sociedad no puede atropellar, lo que con seguridad sería también firmado por cualquiera que se quiera llamar cristiano.  En consecuencia, los derechos asegurados por la justicia no están sujetos a regateos políti­cos, ni al cálculo de intereses sociales.  La  verdad y la justicia, como las primeras virtudes de la activi­dad humana, no están sujetas a transacciones. Pero en el Perú decir la verdad es un error político y mentir está  justificado en todos los niveles.
              
     Rawls asume, siguiendo la teoría del contrato social de Rousseau,  que la sociedad  es una  especie de asociación, con ciertas reglas para que los miembros puedan obtener ventajas mutuas y en conse­cuencia se caracteriza, tanto por un conflicto como por una  identidad de intereses. Esto hace necesarios un c­o­n­j­u­nto de pri­n­c­i­p­ios en base  a los cuales la  distribución de beneficios y cargas sea equitativa y correcta. Una sociedad está bien ordenada  no sólo cuando está diseñada para promover el bien de sus miembros, sino cuando está efectiva­mente regulada por un concepto de justi­cia, es decir que se trata de una sociedad en la que: "1) cada cual acepta y sabe que los otros aceptan los mismos principios de justicia, y 2) las instituciones sociales básicas satisfacen generalmen­te estos principios y se sabe generalmente que lo hacen".  El deseo que tienen todos de justicia limita la persecución de otros fines. Difícilmente, podríamos encontrar descripción más lejana a lo que pasa en nuestro Perú.

   En la justicia como imparcialidad —noción primordial en Rawls— la posición original corresponde al  estado  de naturaleza  de las teorías tradicionales. Obviamente, la posición original es puramente hipotética y es concebida con la única intención de facilitar la elaboración de la concepción de justicia. Rawls caracteriza esta situa­ción hasta llevarla a que los principios de la justicia se esconden "tras un velo de ignoran­cia", siguiendo la imagen ciega que de la justicia tenían los romanos. Esto significa que hipotéticamente nadie conoce su situación en la sociedad (posición, status, etc.), ni sus cuali­dades naturales, ni s­i­q­u­i­era su concepción acerca del bien.
                    
   Uno de los rasgos de la justicia como imparcialidad es el de asumir que los miembros del grupo en la situación inicial son racionales y mutuamente desinteresados.  Al elaborar su teoría, Rawls, se pregunta qué principios de justicia serían escogidos en la  posición original y si el de utilidad estaría comprendido dentro de ellos y la respues­ta de nuestro filósofo es negativa, porque nadie pondría en juego su propio futuro en aras de la utilidad del grupo. Y de esa manera arremete contra el utilitarismo que en el mundo de hoy y especialmente en nuestra patria ha servido de justificación para sacrificar inclusive a los seres humanos.

   Regresando al tema que originalmente nos ocupa, después de este breve comentario sobre el filósofo de Harvard, no nos queda más que reiterar que “gerenciar” no es lo mismo que gobernar; sino que lo segundo subsume a lo primero. Un buen gobernante debe ser un buen gerente, pero un buen gerente no necesariamente será un buen gobernante. Gobernar es harto más complicado, y no sólo porque un país es más grande que una empresa. En una democracia se elige al gobernante y éste debe, idealmente, cumplir su función en beneficio de todos, cada uno de los cuales tiene además derecho a reclamarle, y aquél nunca puede —éticamente hablando— sacrificar a nadie, porque, por extensión a lo antes expuesto, permitiría —si no hubiera sido elegido— que lo sacrificaran  a él, y nadie en su sano juicio lo haría. Sólo Cristo lo hizo en beneficio de todos y quizá algún héroe en aras de un futuro más próspero. Si un gobernante exige sacrificios debe exigírselos a todos, dando él el ejemplo.

    Claro, me dirán: eso es válido en el plano teórico, pero al descender al práctico resulta poco menos que imposible. Y es cierto, el paso de la teoría a la práctica siempre ha sido motivo de distorsiones, pero también es verdad que desde la primera se ha ido corrigiendo la segunda, haciéndola más llevadera, con los vaivenes, avances y retrocesos que todos tenemos que reconocer. El otro camino hubiera sido el de someternos a la barbarie, a la imposición del más fuerte, a la esclavitud, al abuso y a todas esas miserias que la historia nos muestra con pesar y de muchas de las cuales no nos hemos librado todavía. El camino a que nos llevaría olvidarnos de las utopías, sólo podría terminar en la destrucción, posibilidad que por desgracia aún la humanidad no ha eliminado. Con Óscar Wilde digo: “Un mapa del mundo que no incluya la utopía no merece ni que se le eche ni un fugaz vistazo, pues excluye el único lugar al que siempre ha aspirado la humanidad.” 

Sin embargo, en el plano más práctico, mi experiencia me obliga a rescatar muchas de las virtudes de un buen gerente para el ejercicio de las funciones públicas —incluida la de gobernar o ser Presidente— ya que he tenido que sufrir a muchos burócratas de los más altos niveles, quienes son incapaces de trabajar con objetivos, no sólo a largo plazo, sino incluso al más cercano. Son gente embarullada en la inmediatez y en la que lo importante ha cedido el lugar a lo “urgente”, si puede llamársele así. Buena parte de la responsabilidad la tiene el sistema semi-colonial en el que vivimos, que permite que tradicionalmente los altos rangos estén rodeados de aquella raza de gente que viven medrando alrededor de los burócratas de turno.

Finalmente, algunas críticas hechas a la primera versión publicada (recortada) de este artículo, me hacen reconocer que el gerente ideal —aquél que entre otras  virtudes considera hasta al menos importante de sus obreros, como un fin en sí mismo— sería sin duda un gran gobernante.

   Lima, septiembre de 1999  
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* “gerenciar” no es un verbo aceptado aún por la Real Academia de la Lengua, pero designa una función muy clara, que en nuestro lenguaje coloquial no es equivalente a administrar, que sería el verbo a usar.

Publicado en el diario El Comercio (Opinión), Pág. a18, bajo el título ¿Debe un gobernante ser también un gerente?,  el Viernes 01 de junio de 2001

PANORAMA COMPLICADO por Alonso Núñez del Prado S.

   El sábado por la mañana (antesdeayer) escribía yo un artículo titulado Signos de debilidad comentando el video que mostraba a Montesinos sobornando a Kouri y trataba de ver en él un elemento más —ciertamente grave— que se iba sumando a los anteriores y que como lo dije en un comentario anterior, terminaría con la dictadura. No me imaginaba que sería la gota que rebalsa el vaso y en realidad, por los antecedentes, no tenía por qué serlo.
   La desvergüenza y desfachatez con que desde las filas gubernamentales se había defendido lo indefendible, hacía temer que se continuara por ese camino. Sin embargo, sale Fujimori a la televisión y en un impromptu renuncia a todo por lo que había luchado en últimos tiempos, incluyendo todo el armado tinglado electoral. ¿Qué hay detrás de todo esto? Difícil decirlo, pero ya se han hecho varias lecturas desde la diversas tiendas políticas. Hay dos que me resultan más digeribles. Fujimori harto, patea el tablero, porque Montesinos no acepta renunciar y no tiene como obligarlo y la segunda —más probable a mis ojos— es que el Presidente haya jugado su única carta, enterado de la posibilidad de un Golpe de Estado, por sus discrepancias con el Asesor en dos temas recientes y muy puntuales: el contrabando de armas y el video del soborno, que venían a sumarse a otras anteriores, que siempre nos hicieron sospechar del grado de “influencia” que tenía el segundo sobre el primero.
   Dentro de este panorama hay una medida —la desactivación del SIN— que si bien tiene sentido dentro de todo el contexto, tiene un ángulo que, hasta donde estoy enterado, nadie ha contemplado. Creo que a la vez que se elimina una fuente de corrupción y chantaje, también desaparecerán todos los archivos que esta institución guardaba y Dios sabe a quien incriminan. Quizá a mucha gente del régimen y no sabemos hasta que niveles. Si se filmó la entrevista con Kouri ¿Cuántas otras se habrán filmado?
   En todo caso, más importante que hacerse esas preguntas, es tratar de buscar dentro de toda esta confusión caminos y soluciones para el país. Como lo reconoce la mayor parte de la gente, el período de transición que se nos viene va a ser muy complicado. A un Presidente que ha anunciado su retiro, se suma la sensación de ilegitimidad que hay del Congreso, con una mayoría lograda debido a los “tránsfugas” y la crisis económica que difícilmente va a tener visos de mejora antes del cambio de mando, ya que los agentes económicos probablemente se retraerán hasta que el futuro se aclare.
   Pero detrás de todo esto tenemos que ser capaces de aprender de las lecciones que nos ha dado esta década. Si bien es cierto se logró asestar duros golpes al terrorismo hasta casi desaparecerlo, detener la inflación y mejorar las cifras macroeconómicas, además de firmar la paz con el Ecuador; también lo es, que se hizo buena parte de esto, violando los derechos humanos, en medio de la impunidad de quienes lo hacían, sacrificando a las clases más necesitadas y gobernando verticalmente, mediante una dictadura que se sintió con capacidades divinas, de tal manera que no reparó en los medios para lograr sus fines.
   Como lo demuestra este caso y otros muchos en la historia, la madurez de un país no se logra de esta manera. Aunque a muchos les suene cursi, es indispensable un comportamiento ético desde el gobierno, que permita a la sociedad civil confiar en sus representantes y, además construir instituciones que sean capaces de desarrollar al país en el largo plazo. También hay que recordar que las reformas no se pueden hacer desde arriba —como lo demuestra el fracaso velazquista— sino desde los cimientos mismos de la patria: sus ciudadanos.
   No me cansaré de repetir lo que ya con frecuencia se ha dicho: necesitamos invertir en salud y en educación. Nadie nos sacará del subdesarrollo si no lo hacemos nosotros mismos. El capital más importante de todo estado es el humano y es el que debemos desarrollar.   
   San Isidro, 18 de Septiembre del 2000