EL CARNAVAL por Alonso Núñez del Prado Simons
Cuando hace
unas semanas una niña se quejaba de que era “atacada” con huevos y similares
por los adolescentes que durante todo el mes de febrero jugaban carnaval,
recordaba con pesar que nuestra práctica carnavalesca se haya perdido y hoy sea
una forma de ejercer el machismo del que adolece Perú. Bien decía Mario Vargas
Llosa —en un artículo de hace poco más de dos años, en el que comentaba su
experiencia en el carnaval carioca— que a pesar de los excesos, gracias a él,
Brasil no tenía más explosiones de violencia.
El carnaval
—que podría ser heredero de las bacanales y saturnales romanas— es una de las
formas de terapia social y una de las muestras de cómo el hombre, aunque sea
sólo momentáneamente, ha sabido crear un escape a la vida rutinaria y a los
cánones establecidos. Como genialmente lo ha afirmado, al igual que algunos
antropólogos, el crítico ruso Mijail
Bajtin: en el carnaval la vida es desviada de su curso normal. Se podría decir
hasta que es invertida, resultando un mundo al revés (monde à l’envers). Las
leyes y normas con las que vivimos diariamente son canceladas durante el
carnaval. Se suprimen las jerarquías y la etiqueta, eliminándose todo lo condicionado
por la desigualdad social y de edades. Desaparece toda distancia entre las
personas y “el contacto es libre y familiar entre la gente”. Es una especie de
catarsis en que se elabora, entre realidad y juego, de una forma sensorialmente
concreta, un nuevo modo de relaciones entre la gente, que se oponen a las de la
vida cotidiana. La conducta de las personas es liberada de las estructuras
jerárquicas en que vivimos y se convierte en excéntrica e inoportuna. “La
actitud libre y familiar se extiende a todos los valores, ideas, fenómenos y
cosas. Todo aquello que había sido cerrado, desunido, distanciado por la visión
jerárquica de la vida normal, entra en contactos y combinaciones carnavalescas.
El carnaval une, acerca, compromete y conjuga lo sagrado con lo profano, lo
alto con lo bajo, lo grande con lo miserable, lo sabio con lo estúpido, etc.”
Así
percibido el carnaval es una necesidad social y no es casualidad que en los
lugares en que se ha desarrollado una tradición de festividades carnavalescas,
haya menos violencia —aunque si la haya en el carnaval mismo— y sea la puerta
de escape por la que la sociedad deja salir sus sentimientos más recónditos
Creo
firmemente que de no haber carnaval los muertos y heridos que reporta el
carnaval brasileño cada año, crecería geométricamente, apareciendo en otras
actividades y hasta en el aumento de la delincuencia. Un país como el nuestro
necesita del carnaval y si bien las antigua festividades han caído en la
barbarie, la solución no es prohibirlo —lo que finalmente es imposible— sino
normarlo y dentro de lo posible controlarlo, aceptando que a pesar de todo,
algunos desmanes serán cometidos; pero que estos irán en desmedro de otros,
evitando la acumulación de sentimientos de violencia en la sociedad, incluso
siendo una puerta de escape de los mismos.
Muchas cosas en apariencia banales, han sido vistas con miopía por nuestra clase dirigente y ésta es una de ellas. El carnaval no es sólo una terapia, sino una forma de integración social y cultural y creo que ha llegado el tiempo de resucitarlo, concentrándolo en los días en que siempre ha sido, es decir en los últimos antes del inicio de la cuaresma y no dispersado en todo febrero, por la ignorancia.
Las
festividades carnavalescas podrían muy bien ser desarrolladas e incentivadas
por las municipios de los diversas regiones de nuestra patria, que con la
diversidad y bagaje cultural con que cuenta, podría ser en el futuro no sólo,
como hemos dicho, una catarsis social, sino motivo de integración y hasta de
mayor afluencia turística.
San
Isidro, 4 de Marzo de 2001
Publicado
en el diario El Comercio (Editorial).
Pág. a15, el miércoles 5 de marzo de 2003 bajo el título ¿El carnaval como
válvula de escape?
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