viernes, 24 de agosto de 2012


¿DICTADURA O DEMOCRACIA? por Alonso Núñez del Prado Simons

    Por ahí todavía quedan algunos pocos fujimoristas escondidos...

    No somos  tan pocos y por lo menos yo no me escondo...

    ¿Estás hablando en serio?

    Por supuesto... No soy exactamente un defensor de Fujimori, ni de la corrupción, sino de un gobierno fuerte y autoritario. En países como el nuestro la democracia no funciona...

    Esa es la vieja cantaleta de todos los fascistas...

    No me vas negar todos los logros del Gobierno de Fujimori: el terrorismo, la inflación, la reinserción en el sistema internacional...

    Algunas cosas hizo, pero las hizo mal. Mira, hace unos días un profesor de la Católica me contaba que en su clase había preguntado a los ochenta alumnos, si conocían a alguien que ahora estuviera económicamente mejor que el 90... y escucha bien, no solamente si alguno de ellos o sus familias estaba mejor, sino si conocían a alguien que lo estuviera.... y sabes qué... sólo uno... sólo uno conocía a alguien que probablemente, creía él, estaba mejor que hace una década...

    Bueno yo no sé... quizá yo mismo estaba mejor hace diez años, pero a ese profesor hay que decirle que les pregunte a sus alumnos si conocen a alguien que preferiría vivir en el Perú que nos dejó Alan García,  y vas ver que todos van a levantar la mano...

    Siempre he reconocido que el gran mérito del Chino fue haberle devuelto la esperanza al país. El problema es que lo que escribió con la derecha, lo borró con la izquierda. El Perú que nos ha devuelto está peor que el que le entregamos... y esto último es subrayadamente verdadero, “que le entregamos” especialmente a partir del golpe del 92. Tenemos que reconocer que nos dejamos avasallar...

    En verdad, ¿crees que el Perú está mejor que el 90 o 92? Haz un poco de memoria: la inflación, el terrorismo. A esas alturas el Perú parecía inviable...

    Pero el Perú de hoy es un país destrozado, sin instituciones, con una recesión espantosa y lo peor de todo: sin moral. La corrupción ha calado hondo y ha penetrado todos los niveles de la sociedad. Desgraciadamente el ejemplo de los “padres de la patria” ha servido para que hoy nada sea condenable. Felizmente que en medio de todo estamos dejando de lado esa vieja costumbre peruana de “borrón y cuenta nueva” cada vez que se cambiaba de gobierno. ¿Con que autoridad moral se puede hoy penar a un evasor de impuestos, si una buena parte de lo recaudado ha ido a engrosar los bolsillos de unos delincuentes?

    Ya te dije que no estoy defendiendo al gobierno de Fujimori, ni a la corrupción, sino la necesidad de tener aquí un gobierno fuerte. Ya estás viendo lo que pasa. Ahora quieren echarse abajo a las AFP...

    El que se hiciera un planteamiento no significa que esté aprobado. Por otro lado, te puedo enseñar mi último reporte de AFP. Como ya no soy trabajador dependiente, mi fondo ha disminuido...

    Eso puede pasar. En épocas de crisis las inversiones pueden tener rendimientos negativos, pero en el largo plazo terminan por ser rentables... Pero regresemos a nuestra discusión original: ¿Crees que en el Perú es posible la democracia?

    Los países son como las personas. Tienen procesos de maduración y necesitan asumir responsabilidades. No le puedes pedir a un niño que sea capaz caminar solo, si siempre lo has tenido agarrado de la mano. Si lo educas sometido permanentemente a la férrea autoridad paterna, no le permitirás madurar y ser mañana un adulto responsable. Revisa la historia, especialmente la del occidente europeo —de la que la de Estados Unidos es una especie de transplante y continuación— y vas a ver todo lo que tuvieron que pasar para tener hoy democracias relativamente decentes.

San Isidro, 11 de Marzo de 2001  

 
Publicado en Gestión (Opinión) con adecuaciones, bajo el título Maduración de la democracia, Pág. 15 del martes 20 de marzo de 2007.

EL CARNAVAL por Alonso Núñez del Prado Simons


 
Cuando hace unas semanas una niña se quejaba de que era “atacada” con huevos y similares por los adolescentes que durante todo el mes de febrero jugaban carnaval, recordaba con pesar que nuestra práctica carnavalesca se haya perdido y hoy sea una forma de ejercer el machismo del que adolece Perú. Bien decía Mario Vargas Llosa —en un artículo de hace poco más de dos años, en el que comentaba su experiencia en el carnaval carioca— que a pesar de los excesos, gracias a él, Brasil no tenía más explosiones de violencia.

El carnaval —que podría ser heredero de las bacanales y saturnales romanas— es una de las formas de terapia social y una de las muestras de cómo el hombre, aunque sea sólo momentáneamente, ha sabido crear un escape a la vida rutinaria y a los cánones establecidos. Como genialmente lo ha afirmado, al igual que algunos antropólogos,  el crítico ruso Mijail Bajtin: en el carnaval la vida es desviada de su curso normal. Se podría decir hasta que es invertida, resultando un mundo al revés (monde à l’envers). Las leyes y normas con las que vivimos diariamente son canceladas durante el carnaval. Se suprimen las jerarquías y la etiqueta, eliminándose todo lo condicionado por la desigualdad social y de edades. Desaparece toda distancia entre las personas y “el contacto es libre y familiar entre la gente”. Es una especie de catarsis en que se elabora, entre realidad y juego, de una forma sensorialmente concreta, un nuevo modo de relaciones entre la gente, que se oponen a las de la vida cotidiana. La conducta de las personas es liberada de las estructuras jerárquicas en que vivimos y se convierte en excéntrica e inoportuna. “La actitud libre y familiar se extiende a todos los valores, ideas, fenómenos y cosas. Todo aquello que había sido cerrado, desunido, distanciado por la visión jerárquica de la vida normal, entra en contactos y combinaciones carnavalescas. El carnaval une, acerca, compromete y conjuga lo sagrado con lo profano, lo alto con lo bajo, lo grande con lo miserable, lo sabio con lo estúpido, etc.”

Así percibido el carnaval es una necesidad social y no es casualidad que en los lugares en que se ha desarrollado una tradición de festividades carnavalescas, haya menos violencia —aunque si la haya en el carnaval mismo— y sea la puerta de escape por la que la sociedad deja salir sus sentimientos más recónditos

Creo firmemente que de no haber carnaval los muertos y heridos que reporta el carnaval brasileño cada año, crecería geométricamente, apareciendo en otras actividades y hasta en el aumento de la delincuencia. Un país como el nuestro necesita del carnaval y si bien las antigua festividades han caído en la barbarie, la solución no es prohibirlo —lo que finalmente es imposible— sino normarlo y dentro de lo posible controlarlo, aceptando que a pesar de todo, algunos desmanes serán cometidos; pero que estos irán en desmedro de otros, evitando la acumulación de sentimientos de violencia en la sociedad, incluso siendo una puerta de escape de los mismos.

                 Muchas cosas en apariencia banales, han sido vistas con miopía por nuestra clase dirigente y ésta es una de ellas. El carnaval no es sólo una terapia, sino una forma de integración social y cultural y creo que ha llegado el tiempo de resucitarlo, concentrándolo en los días en que siempre ha sido, es decir en los últimos antes del inicio de la cuaresma y no dispersado en todo febrero, por la ignorancia.

Las festividades carnavalescas podrían muy bien ser desarrolladas e incentivadas por las municipios de los diversas regiones de nuestra patria, que con la diversidad y bagaje cultural con que cuenta, podría ser en el futuro no sólo, como hemos dicho, una catarsis social, sino motivo de integración y hasta de mayor afluencia turística.

San Isidro, 4 de Marzo de 2001 

Publicado en el diario El Comercio (Editorial). Pág. a15, el miércoles 5 de marzo de 2003 bajo el título ¿El carnaval como válvula de escape?


DESCENTRALIZACIÓN por Alonso Núñez del Prado Simons


   Hace algunos días recibí en mi Estudio la grata visita de Alberto Muñoz-Nájar, ex-Presidente de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa y actual Secretario de la Macro-Región Sur, quien tuvo la gentileza de explicarme a grandes rasgos lo que este proyecto pretende.

   Más allá del proyecto mismo, que me gustaría conocer más a fondo, pero que en principio me parece loable y muy interesante, está el tema mismo de la descentralización, tan manoseado, mal utilizado y que finalmente despierta tantos temores a los que usufructúan del centralismo, especialmente la  clase política.

   Hasta donde recuerdo los discursos ha ido desde un disimulado temor al federalismo, defendiéndose lo que se ha denominado descentralización —que en la práctica nunca se ha aplicado— hasta un centralismo pragmático, como el que nos ha gobernado en la última década, en aras de mantener todo el control en su tan marcado estilo dictatorial.

   La experiencia me ha enseñado que si los provincianos esperamos que algún gobernante de buena voluntad inicie un verdadero proceso descentralizador, podemos esperar otro siglo hasta que esto ocurra. Los cambios que afectan al propio poder político no los va a hacer éste, salvo que se vea obligado a ello. Puede sonar anarquista y sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero la única posibilidad de conseguir que este país se descentralice es obligando al Gobierno Central a que lo haga. Y esto no es poniéndole un revolver en la cabeza al Presidente de turno, para que firme la ley respectiva, sino mediante la toma de decisiones autónomas y la recaudación de fondos, usando todos los medios disponibles, para lograr un polo de desarrollo que le sea imposible boicotear al Gobierno de turno.

   La experiencia vivida en Arequipa en los años sesenta con la Junta de Rehabilitación, después de los terremotos, ha causado que muchos arequipeños vivan anhelando la repetición del apoyo económico que brindó el Gobierno de esa época, merced a la épica defensa de los diputados que nos representaban en aquel entonces. Aunque duela decirlo, malgastamos buena parte de ese dinero. Como en las personas, en los países, departamentos y provincias, el dinero no adquirido con el sudor de la frente, se hace humo; como lo prueba la ahora costosa deuda externa. ¿Qué ha sido de todos los miles millones que nos prestaron en los sesentas y setentas? Y lo peor, ahora tenemos que pagarlos. Si una provincia quiere desarrollo tiene que auto generarlo. Es difícil que en los gobiernos haya una verdadera vocación por revertir el asfixiante centralismo, ya que de él se alimentan sus integrantes. En todo caso nos dorarán la píldora, mediante leyes y traslado parciales de fondos, que nos prometerán incrementar y que finalmente cortarán alegando malos manejos. A las provincias, desde el Gobierno Central, se las trata como a niños incapaces de administrar sus recursos. Como si con el ejemplo que les ha dado a través de la historia, tuviera la capacidad moral de exigirlo.

   Como a estas alturas todos reconocen, no hay descentralización, sin descentralización de fondos. Paralelamente, en consecuencia, las provincias tienen que luchar, y en todos los planos, inclusive saliendo a las calles, por lograr que la mayor parte de la recaudación les sea trasladada. El Gobierno Central sólo debería jugar un papel redistribuidor, apoyando a las zonas más pobres, pero no desde Lima, sino entregándoles el dinero para que ellas lo administren. Sin duda, la supervisión y el control deben ser también labores prioritarias, para evitar el mal uso de lo fondos públicos. También como las personas, las provincias aprenderán a administrar recursos, haciéndolo. Así también lo han comprendido las entidades internacionales que apoyan a los países en vías de desarrollo, quienes también tienen ahora presente la labor controladora que no ejercieron en el pasado y resultó en el mal uso de los dineros que nos prestaron.      

   En resumen —como ya hemos señalado en otras oportunidades— los cambios no se pueden hacer desde arriba. La descentralización tiene que ser obra de los provincianos, de un trabajo paralelo entre conseguir mayor autonomía económica y política por sus propios medios y presionar al Gobierno Central a que lo reconozca con leyes y trasladándoles la recaudación y fondos. Finalmente, ¿A quién se le da libertad y dinero? Sólo al que ha demostrado capacidad para administrarlos.

   San Isidro, 14 de noviembre de 2000

Publicado en el diario El Comercio (Editorial). Pág. a23, el domingo 19 de Noviembre de 2000 bajo el nombre A empujar la descentralización