martes, 22 de febrero de 2011

LAS VERSIONES DE LA VERDAD por Alonso Núñez del Prado S.

Uno de los grandes problemas de la filosofía —específicamente de la teoría del conocimiento— es el de la verdad y la posibilidad de acceder a ella. Desde el Teeteto de Platón y aun antes, con los pre-socráticos, el tema ha estado sobre el candelero y ha enfrentado a la diversas escuelas, que se mueven entre la certidumbre total y el escepticismo más extremo. Uno de los aspectos de este tema y que los filósofos conocen de muy antiguo —la platónica metáfora de la caverna— es el de la humana incapacidad de conocer la verdad. Llevado esto a su aspecto más simple, nos confronta con lo más obvio: dos personas que vean un objeto o hecho desde dos ángulos diferentes tendrán versiones diferentes del mismo. Así tenemos que si un ocho está pintado de manera diferente por la izquierda y la derecha, un espectador que esté a la diestra dirá que es rojo y el otro que es verde, si estos son los colores usados, y ninguno estará mintiendo, ni tampoco diciendo la verdad. Este es quizá un ejemplo muy grueso, pero ocurre lo mismo en el plano más subjetivo y frecuente, lo que se resume en el adagio popular “cada uno habla de la feria de acuerdo a como le fue en ella”. Otro ejemplo más sofisticado —de película policial— puede hacer más patente lo expuesto. Horacio apunta a Manuel con un revolver, aparentando estar furioso, con la sola intención de amedrentarlo, y dispara hacia arriba de tal manera que es imposible que la bala pueda impactar en Manuel; pero una tercera persona escondida dispara casi al mismo tiempo otra arma y lo mata. Si este hecho hubiera sido presenciado por un testigo, que no se hubiera percatado del tirador oculto, afirmaría, “sin mentir” que Horacio es un asesino y el caso podría llegar hasta el extremo de que el propio Horacio creyera serlo, y se estaría autoinculpando falsamente.  

La historia nos ha mostrado con frecuencia cuanta verdad hay en esto y miradas con el panorama que da el tiempo podríamos afirmar que la mayor parte de las guerras han sido producto de estas “versiones de la verdad”, que en algunas oportunidades sufren inclusive de las influencias de un mitómano (¿Quién de nosotros no conoce uno?), capaz de lograr la mitomanía colectiva, como ocurrió en la Segunda Guerra Mundial.

El propio Vargas Llosa, en el conversatorio sobre su obra, llevado a cabo a fines del año pasado aquí en Lima, denominado “Las guerras de este mundo”, sobre su monumental novela “La guerra del fin del mundo”, afirmó que los fanatismos de esa guerra, no corrían sólo del lado de los yagunzos de los sertones de Canudos que convencidos de la cercanía del fin del mundo, seguían a Antonio Vicente Mendes Marciel (el Conselheiro), sino también de los que defendiendo la recién instalada República, los desaparecieron en nombre del racionalismo y la civilización occidental. A partir de ese comentario, me preguntaba hasta que punto no estaba ocurriendo lo mismo en nuestros días y a nombre de nuestra cultura —dueña de la verdad— estemos aniquilando a los musulmanes (porque un grupo de terroristas fanáticos y desquiciados causó una tragedia sin nombre), desde nuestro propio fundamentalismo occidental. En realidad, el problema viene desde las cruzadas feudales; y se ha repetido espaciadamente en la historia, como lo muestran la expulsión de los moros de España y más adelante la guerra con los turcos que dio lugar a la batalla de Lepanto en que perdiera un brazo el autor del Quijote. Esa actitud de superioridad de occidente, no se ha limitado sólo a España, sino que ha caracterizado a toda Europa occidental. Así Gran Bretaña tuvo sometida a la India, Francia al actual Vietnam. En China se alternaron varios y Hong Kong ha sido uno de los últimos rezagos del imperio británico. La historia leída desde nuestro lado, nos muestra superiores, pero no nos vendría mal preguntarnos como nos ven desde el otro. Algunos ya somos conscientes que se nos ve como entrometidos y abusivos, especialmente desde la imposición que significó para la gente de la zona, la creación del estado de Israel. Quienes hemos estado por allá, podemos dar testimonio que la tensión se respira en cada esquina. Soy muy escéptico —ojalá me equivoque— respecto de soluciones definitivas a los conflictos en esa zona.        

Afortunadamente, cada vez se impone más —en especial en los círculos intelectuales de los Estados Unidos, no en su gobierno— la cultura de la tolerancia, de la necesidad de convivir respetando al otro. La idea, todavía, está en la cúspide de la pirámide, pero es muy probable que poco a poco descienda y se expanda, no limitándose al interior de la vida americana, sino que llegue a lo que con frecuencia el público estadounidense considera salvaje.

Son de rescatar, también, algunas corrientes en el interior de la iglesia católica, que a partir de enriquecedoras experiencias de inculturación, empiezan a liberarla de ese dogmatismo que la ha caracterizado en la historia.

San Isidro, 17 de abril de 2002

Publicado en El Comercio (Opinión) el domingo 9 de junio de 2002
Publicado en Facebook el lunes 26 de julio de 2010

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